viernes, 31 de octubre de 2008

A la orilla del pozo




A Pelancho le gustaba asustar a la niña a la orilla del pozo, se sujetaba de la viga que sostenía la polea mientras gritaba “me caigo”, “me caigo”... la pobre niña gritaba y lloraba: “Pelancho se ahogaría en el pozo del agua zarca”. Luego Pelancho saltaba hacia fuera del pozo como si fuera un orangután y comenzaba a reírse a carcajadas, mientras la niña bonita y despeinada sujetaba con fuerza su muñeca de trapo hecha con medias viejas y corría rumbo a su casa.

Una docena de Sauces sobrevivían a la orilla del pozo, alimentados en aquel desértico paraje como los lugareños, por esas débiles corrientes subterráneas, o quizás realmente había un milagro más subterráneo que el agua, y me imagino que sauces y viento se confabulaban para consolar a la niña, y la niña a su vez otorgaba el consuelo a la “tuza loca” su querida muñeca vieja.

A la niña le gustaba comer caramelos a la orilla del pozo, mientras las señoras llenaban sus vasijas de agua zarca y chismorreaban sobre los urquiceses y los almaraceses, que no dejaban de pelearse entre ellos; mientras hablaban se cubrían el rostro de manera peculiar con el rebozo, como si escondiendo medio rostro, escondieran también las palabras.

Lo cierto es que un día, mientras su madre lavaba a la orilla del pozo, cayó la niña en el agua zarca, y a veces me pregunto ¿qué la hizo estar tan tranquila para que fuera fácil rescatarla? Preguntaré a su madre, preguntaré al viento, porque tengo la sospecha que en la memoria de la niña, hay un pequeño desierto.

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FOTO: Mi hermana, la niña del pozo. (no es su cumple ni nada, pero a mi me gusta manifestar mi cariño a destiempo y sin ton ni son)

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