miércoles, 29 de febrero de 2012

EL QUIJOTE NO OYE LADRAR LOS PERROS


En la pasada feria del libro de Guadalajara en México, causó una desagradable impresión el hecho de que el entonces candidato favorito en las encuestas para presidente de México Enrique Peña Nieto, no supiera decir tres libros que le hubiesen inspirado en la vida, y que al mencionar un título, no supiera con certeza el autor del mismo.

No es ninguna novedad que políticos importantes carezcan de una mínima cultura, George Bush hijo es el epítome de todos ellos.

Es evidente que a un político se le elige no por los libros que ha leído sino por su capacidad de liderar los ideales de un pueblo, pero hay un mínimo de cultura que debería tener quien ostenta un cargo político importante.

Me resulta gracioso que muchos políticos, desde la ex ministra española Magdalena Álvarez, la líder magisterial mexicana Elba Esther Gordillo y hasta el presidente Ecuatoriano Rafael Correa, se hayan hecho eco de la frase apócrifa atribuida a Alonso Quijano: “Si los perros ladran Sancho, es que vamos caminando” pues es una frase que no aparece en ninguna parte del Quijote, es una buena frase, pero no es de Cervantes.

Hago un paréntesis para mencionar que Bertolt Brecht ha sido muy popularizado por atribuirle unas bellas palabras que en realidad escribió Martín Niemoeller :

"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí".

Vamos, que ni el Quijote escuchó ladrar a ningún perro, ni nadie fue a buscar a Bertolt Brecht.

Quien si tuvo ganas de escuchar ladrar a los perros es el personaje principal de esa obra magistral de cuatro páginas escrita por Juan Rulfo “NO OYES LADRAR LOS PERROS” un breve cuento que condensa una tragedia desgarradora, en la cual un hombre viejo lleva sobre sus hombros a un hijo criminal herido, a la luz de la luna camino al pueblo donde puedan darle atención médica. Es conmovedor como en cuatro páginas consigue transmitirnos un mundo interior trágico donde se mezclan el rencor « ¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di! » y la ternura ante las palabras de ese criminal que tiene por hijo y que va sobre sus espaldas cuando dice “Tengo sed”. Una pequeña obra que nos hace sentir como si el escenario exterior bucólico y lóbrego, fuese una emanación de esa poderosa realidad interior que viven los personajes.

Cuando ven a Tonaya a la luz de la luna, el viejo descarga sobre una acera el cuerpo de su hijo, y es entonces cuando puede por fin oír -porque tiene los oídos libres- que por todas partes están ladrando los perros, y el cuento termina con una pregunta y un reproche final de infinita amargura:
¿Y tú no los oías, Ignacio?... No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

Sin duda estamos en una época en la que los políticos leen poco, y mucho menos nos dan la esperanza de avisarnos cuando se ponen a ladrar los perros.