miércoles, 18 de abril de 2018

LAS REDES SOCIALES Y LA FELICIDAD


Una persona mira su teléfono móvil unas 73 veces al día, estamos ávidos de "estímulos", de caricias. Un ser humano que no es acariciado se muere (en general, muerte afectiva), y esta premisa nos puede clarificar la actividad o inactividad de una persona en las redes sociales.
El ser humano tiene hambre de contacto físico, pasa nueve meses pegado a un cuerpo humano, y esa experiencia básica determinará el resto de nuestra existencia, necesitamos el contacto físico, necesitamos caricias, si no las podemos conseguir entonces empezará otro tipo de relaciones sociales.

Un simple saludo puede ser vivido como una caricia, aunque persiste el anhelo original de contacto físico. Muchos intercambios absurdos y prolongados (por ejemplo, una discusión por una factura equivocada donde hay 4 euros en cuestión) nos revelan la soledad de las personas. Los folloneros, generalmente son personas muy solas, con intercambios absurdos reciben un poco de las caricias que buscan.

UNA CARICIA ES CUALQUIER ACTO DE RECONOCIMIENTO DE LA PRESENCIA DEL OTRO. Un intercambio de caricias es una transacción, y es esta la unidad de las relaciones sociales, de allí el gran éxito de las redes sociales, intentan cubrir un anhelo muy profundo: deseamos ser acariciados.

Soy de los que piensa que internet es una herramienta que nos ha facilitado mucho la convivencia, nos ha estimulado la creatividad y hasta nos ha permitido ser más conscientes de la belleza, pero al mismo tiempo, pienso que cualquier actividad virtual que no tenga una consecuencia en la vida real, deja de tener importancia.

También existe una “sobredosis” de caricias, por mucho que te acaricien, no serás más feliz. Ocurre como con el dinero, el dinero compra la felicidad de alguna manera; a mayor bienestar material, mayor bienestar psicológico, pero hay un límite.

A un famoso de Instagram le pueden dar miles “me gusta”, miles de caricias virtuales, pero solo le alegrarán aquellas que tienen una consecuencia en la vida real. Nos acariciamos en las redes con los “me gusta”, pero ninguna de esas caricias puede suplir a las que recibimos en el mundo real.
Facebook, Instagram, Twitter, etc. se han ido convirtiendo en un bosque de árboles solitarios, hiperconectados al internet y desconectados en lo social. Los árboles se comunican entre sí, mediante las raíces comparten información química que les sirve por ejemplo para protegerse de los predadores, elaboran sustancias volátiles para “informar” a otros árboles. Sin embargo, ese vínculo profundo en las raíces de los árboles, no se da en los árboles de los bosques artificiales.
Peter Wohlleben, en su libro “La vida secreta de los árboles” hace prosopopeya, y dice que incluso se comparten minerales cuando algunos están enfermos, regulan la fotosíntesis en “sociedad”, etc. Haciendo un paralelismo con las redes sociales, es conmovedor, como Facebook, Instagram, Twitter, se han ido convirtiendo en un bosque de árboles solitarios, artificiales y muchas veces superficiales. 
No hay equivalencias entre tener poca vida en las redes y plenitud afectiva en la realidad, habrá quien tiene buen intercambio virtual y buen intercambio real, y habrá quien no es acariciado ni en un ámbito ni en el otro.

Mención especial merece ese imperativo de las redes sociales donde todos debemos estar guapos, felices, exitosos y encantados de habernos conocido, imperativo muy bien amortizado por quien está acostumbrado a recibir caricias desde niño por su belleza física, si no ha trabajado su huella de abandono, si no está bien nutrido afectivamente, le veremos colgando su bella cara y su bello cuerpo miles de veces en un intento desesperado de que miles de "ME GUSTA" le permitan llenar el hueco afectivo que solo se compensa con una vida llena de sentido. 

El límite del placer es un placer superior, suelo decir que LA VIDA NOS DA JUVENTUD Y POCA COSA MÁS, en este post lo puedo matizar diciendo que las redes sociales exigen juventud y belleza, y sin duda muchos de los placeres más apasionantes requieren juventud, ¿Estamos preparados para explorar y vivir otros placeres cuando ya no haya juventud y belleza?.
Es momento de buscar otros placeres, volver a conectar con nuestras raíces, encontrarnos con los amigos, a ser posible, con el teléfono desconectado.

Las redes sociales tienen un punto “violento”, pues nos obligan a existir a través de la mirada del otro, gracias a las redes sociales nuestra necesidad de reconocimiento está muy aumentada, hay un anhelo imperioso de autoafirmación, de tener una vida interesante y “especial”, nos duelen el vacío y la insignificancia, tienen más glamour unas vacaciones en Vietnam que en el delta de Ebro, y sobre todo está el imperativo de “ser felices” en todas partes y en todo momento, es algo insoportable. Esto viene de lejos, dice Ramón Andrés, que cuando el australopitecus empezó a utilizar herramientas, y se convirtió en un cazador, se impuso la necesidad de prevalecer sobre los rivales, es decir, ser reconocido, existir en la mirada del otro.

La paradoja es que vivimos en una época en la que “competimos” a codazos para conseguir una vida “interesante” y al mismo tiempo hemos sido educados en la búsqueda de una vida sin estrés, una felicidad sostenida; no estamos entrenados en la ascesis, en aguantar el dolor y en tener paciencia ante las cosas absurdas. La vida de “Instagram” no es del todo real, existe la enfermedad, la tristeza, la vejez, etc. y son esos dolores los que nos permiten explorar otro tipo de belleza humana como la solidaridad, el amor, la fuerza, la capacidad de sobrevivir, la resiliencia, etc.

Si añadimos la “huella de abandono” muy manifiesta en muchos seres humanos, al carácter competitivo del australopitecus, encontraremos como resultado un narcisismo violento que se translucirá con facilidad en las redes sociales, nos comparamos con los otros, vivimos en la mirada del otro, observamos la vida online de los otros y podríamos llegar a sentir que somos insuficientes, que no disfrutamos la vida en “todo su potencial”, que nuestra existencia no da para posts interesantes cada cinco minutos dando “razones para vivir”. De alguna manera, cuando nos comparamos y nos sentimos insuficientes, de alguna manera algo se muere de nosotros.

Un buen paso para la salud mental es asentir al momento, a la realidad que tenemos, a la belleza que nos envuelve, a los placeres que tenemos al alcance, etc. Una de las fuentes de sufrimiento es la disociación entre nuestras expectativas y la realidad, entre el yo real y el yo ideal, no siempre estamos en consonancia con lo más íntimo y auténtico de nuestro ser, es fácil vivir en el personaje que nos hemos fabricado para sobrevivir, la paradoja es que, solamente PENSANDO, SINTIENDO Y SIENDO lo que realmente somos, llegaremos a la intimidad con las personas.

La salud mental, también requiere amor, el amor es una intimidad compartida. El anhelo de intimidad es una de las motivaciones más potentes para cualquier ser humano, conseguir intimidad con las personas amadas, es uno de los éxitos verdaderos. Podríamos conseguir que nos “quieran” a través de un personaje creado, gracias al cual nos "admirarían" algunas o muchas personas, pienso en algún youtuber famoso o un instagramer, sin embargo, ese éxito social sin intimidad tiene poco valor. Apostemos por lo más auténtico de nuestro ser, seguramente dejarás de gustarle a mucha gente, y otros dejarán de “admirarte”, es mejor ser rechazado por lo que eres, que ser querido por lo que no eres, pero quizás SIENDO TU DE VERDAD, estarás disponible para la intimidad que le da sentido a la vida, cuando estás en intimidad con la gente que quieres, es cuando tienes la oportunidad de seguir embelleciendo al universo.

 

FOTO: Sobriedad, austeridad y belleza en el semi desierto del México profundo, allí es fácil detenerse para contemplar el horizonte en silencio, mientras te alegras de estar vivo, quizás ese sea el núcleo íntimo de la felicidad.