martes, 23 de enero de 2018

SUTILEZAS DEL LENGUAJE



Me gano la vida buscando palabras, interpreto lo que mi interlocutor dice con sus palabras, con sus silencios, con sus gestos. Las personas acuden con erudición respecto de su sufrimiento y explican férreamente lo que les sucede convencidos de que las cosas “son como ellos las explican”, yo les escucho y luego les introduzco la idea de que debemos convertirnos en expertos en soluciones y no en problemas, que los mitos se sostienen a base de conversaciones, que repetir una y otra vez los argumentos acerca de sus sufrimientos no ayuda mucho y sobre todo me esfuerzo porque abandonen la pereza intelectual.

Si a una persona que sufre le preguntas como se encuentra y te responde con un rotundo y categórico “fatal” sin duda su histrionismo queda magnificado, su anhelo de seducción mediante su dolor adquiere tintes dramáticos, etc. pero no aporta nada a la solución. Cuando alguien es capaz de esforzarse en explicar sus sentimientos y elude las palabras fáciles –e histriónicas a un tiempo- como “fatal”, “terrible”, “muy mal”, etc. y describe lo que le ocurre sin evaluar entonces las cosas serán más fáciles, y además es capaz de explicarte en metáforas y te dice a que se parece lo que siente entonces la solución aparecerá con mayor facilidad.

No hace falta ser extremadamente culto para encontrar palabras que reflejen el sufrimiento, cuando aún era un médico bisoño una humilde campesina que sufría de un mal crónico y le pregunté qué era lo que la hacía sufrir más, me contestó “mire doctor, cuando mi hombre hace uso de mí, siento como si mi corazón nadara en chile y me da tanta rabia que me dan ganas de arrancarle la cabeza, pero me tengo que aguantar”. Sensaciones a flor de piel que como médico me permitían comprender su sufrimiento y me daban la clave para encontrar el medicamento que le ayudara mejor.

Me gustan las palabras, me gustan las descripciones realistas, me gusta que las personas puedan conectar con sus sentimientos, con lo que realmente necesitan y que si usan un adjetivo este vaya incrustado en una metáfora, me parece placentero ganarme la vida explorando el lenguaje al lado de mis pacientes y ayudarles a encontrar aquellas palabras que definen sus sufrimientos, y aún más, buscar juntos la analogía lingüística que la naturaleza tiene respecto del hombre, es decir buscar algo de la naturaleza está cantando y “diciendo algo” similar a su sufrimiento.

lunes, 22 de enero de 2018

EL PROFE VICENTE, UN MAESTRO RURAL



Hay una mujer ecuatoriana que trabaja en una librería a la que voy hace muchos años, cuando nos encontramos, nos saludamos con amabilidad y por alguna razón que desconozco siempre me llama “profe”. Ella no lo sabía al principio, pero ¡Me gusta mucho que me diga profe!
Mi padre fue profesor rural y siempre le llamaron “el profe”, sobre todo en "San José de Llanetes" del municipio de Valparaíso, del estado de Zacatecas en el México profundo. Era más que un profesor rural, era un promotor de la comunidad, que consiguió organizar a aquellos entusiastas campesinos para que construyeran una escuela, electrificaran la comunidad, aprendieran a alimentarse bien, tuvieran una humilde pero completa biblioteca, consiguió que por las tardes –una vez aparcado el arado- se divirtieran haciendo deporte, leyendo, organizando actividades comunitarias y artesanales para las mujeres... no lo hizo solo, lo acompañaban otros profesores y profesoras que vivían su trabajo con un matiz indeclinablemente vocacional, un ejemplo de grupo humano que promovió a la comunidad sin mediación de ideologías o propagandas políticas; fue una sencilla solidaridad que buscó un recóndito sitio para aposentarse en aquellos llanos, por supuesto que de esos profesores rurales, había y hay muchos en México y en muchas partes del mundo.
Ese profesor rural, fue un niño de siete años que junto con su hermano, mi tío Anacleto apenas dos años mayor que él, abandonaron el hogar rural y buscaron la escolarización en la ciudad de Zacatecas, dos niños pequeños que en su soledad, se tenían uno al otro; buscaron un atisbo de dignidad, tenían una idiosincracia espartana, esos pequeños se acrisolaron con una perseverancia que superó toda prueba, tanto así, que a mi padre llegó a decirle un prominente político: “usted es tan tenaz, que es capaz de matar un burro a pellizcos”.
Mi padre me contagió el placer de leer, de curiosear, de aprender, de interesarme por el mundo; juntos anduvimos por caminos polvorientos, donde se mezclaban los rayos del sol y mis ráfagas de preguntas, pues mi curiosidad era insaciable.
Hay muchas cosas buenas para recordar de mi padre: su alegría innata, su optimismo, su perseverancia y sobre todo su bondad. Ese hombre nunca escatimó sus exiguos recursos para ayudar a la educación de sus hermanos menores, para priorizar el bienestar de sus hijos antes que el suyo. Ese niño que quería estudiar, murió siendo responsable de la educación de los niños del estado de Zacatecas, un ciclo vital muy afortunado para él y para todos los niños que mejoraron su vida gracias a la educación.


Foto: La escuela que construyó "El profe Vicente", mi padre.

miércoles, 10 de enero de 2018

ENTRE EL GRAN PROYECTO Y EL NARCISISMO DE LAS PEQUEÑAS DIFERENCIAS



Últimamente escucho con frecuencia a personas que dicen que no encuentran un proyecto que les ilusione, algo que les motive para poner toda su energía, lo escucho sobre todo en personas jóvenes, y puede ser que tengan razón, hay imperativo de “realización personal” que es especialmente difícil, porque lleva la exigencia de “triunfar”, “destacar”, “ser especial”, etc. y todo ello en un mundo cada vez más homogéneo: todos nos entretenemos con Netflix, todos vamos uniformados con la misma ropa y todos nos hemos modelado las cervicales encorvadas de tanto mirar nuestro teléfono móvil, es difícil ser auténtico en un mundo tan homogéneo y tan ruidoso. ¡Es una paradoja!, Imposible se auténticos estando como estamos, tan atentos al impacto que causamos en los otros, hiperconectados, muy informados de todo (pero de la misma información y de la misma fuente todos), llenos de muchas "experiencias", pero muchas veces intentando vivir la vida de otros, tener las experiencias que ellos han tenido, ir a los sitios a los que han viajado, etc. Se nos olvida que el viaje más importante es el que se hace en silencio hacia uno mismo, y es difícil el silencio... o fácil, porque el silencio no siempre es ausencia de ruido, también es ausencia de ego.
A veces, lo que nos queda para sentirnos auténticos es un “narcisismo de las pequeñas diferencias” que, aunque Freud lo aplicó a las diferencias entre las etnias próximas, en la actualidad es el mecanismo de defensa para sentirnos especiales, así, aunque compremos en Mercadona, nos vistamos de Zara y sigamos la dieta de moda, nos esforzaremos en ser “especiales y diferentes” mediante pequeñas excentricidades magnificadas.
Educamos a los niños para que sean “especiales”, deberíamos educarlos para que sean auténticos.
Por otro lado, también me encuentro con personas de más años que se encuentran decepcionadas, sus ideales se convirtieron en su sepultura, porque en realidad, no eran ideales, eran ilusiones, decía Ignacio Larrañaga que "El ideal es la ilusión más la realidad", yo suelo decir que "Entre la audacia y la conciencia de límite caben nuestros sueños".
Sin duda hay personas afortunadas que se han topado con un proyecto interesante y con gran impacto social, y que además han conseguido la “realización personal” realizando ese proyecto, pero la mayoría tendremos que encontrar el sentido de nuestra vida en lo pequeño y en lo cotidiano.
No tengo claro los parámetros de lo que es la felicidad, si me preguntas qué es la felicidad, no lo sé, si no me lo preguntas, si lo sé. Las personas felices que conozco son aquellas que, -como decía Albert Camus- "Han sido generosos con su futuro dándoselo todo al presente”, es decir, las personas sabias respetan lo pequeño: sus vicisitudes cotidianas, sus pequeños retos, respetan a las personas “pequeñas”, porque saben que lo grande, se hace respetar por sí solo.
Soy de los que piensan que una mascota bien cuidada por su dueño, que le proporciona comida, un sitio cálido en la época de frío, etc. tiene mucha suerte, pero no tendrá tantas alegrías como una mascota callejera, que está expuesta a la alegría de conseguir pequeños retos, y al peligro de no conseguirlos. Allí está el arte de vivir, agradecer el confort, asentir a los pequeños retos, respirar la incertidumbre y mantener el corazón abierto para una bendición inesperada.