lunes, 22 de enero de 2018

EL PROFE VICENTE, UN MAESTRO RURAL



Hay una mujer ecuatoriana que trabaja en una librería a la que voy hace muchos años, cuando nos encontramos, nos saludamos con amabilidad y por alguna razón que desconozco siempre me llama “profe”. Ella no lo sabía al principio, pero ¡Me gusta mucho que me diga profe!
Mi padre fue profesor rural y siempre le llamaron “el profe”, sobre todo en "San José de Llanetes" del municipio de Valparaíso, del estado de Zacatecas en el México profundo. Era más que un profesor rural, era un promotor de la comunidad, que consiguió organizar a aquellos entusiastas campesinos para que construyeran una escuela, electrificaran la comunidad, aprendieran a alimentarse bien, tuvieran una humilde pero completa biblioteca, consiguió que por las tardes –una vez aparcado el arado- se divirtieran haciendo deporte, leyendo, organizando actividades comunitarias y artesanales para las mujeres... no lo hizo solo, lo acompañaban otros profesores y profesoras que vivían su trabajo con un matiz indeclinablemente vocacional, un ejemplo de grupo humano que promovió a la comunidad sin mediación de ideologías o propagandas políticas; fue una sencilla solidaridad que buscó un recóndito sitio para aposentarse en aquellos llanos, por supuesto que de esos profesores rurales, había y hay muchos en México y en muchas partes del mundo.
Ese profesor rural, fue un niño de siete años que junto con su hermano, mi tío Anacleto apenas dos años mayor que él, abandonaron el hogar rural y buscaron la escolarización en la ciudad de Zacatecas, dos niños pequeños que en su soledad, se tenían uno al otro; buscaron un atisbo de dignidad, tenían una idiosincracia espartana, esos pequeños se acrisolaron con una perseverancia que superó toda prueba, tanto así, que a mi padre llegó a decirle un prominente político: “usted es tan tenaz, que es capaz de matar un burro a pellizcos”.
Mi padre me contagió el placer de leer, de curiosear, de aprender, de interesarme por el mundo; juntos anduvimos por caminos polvorientos, donde se mezclaban los rayos del sol y mis ráfagas de preguntas, pues mi curiosidad era insaciable.
Hay muchas cosas buenas para recordar de mi padre: su alegría innata, su optimismo, su perseverancia y sobre todo su bondad. Ese hombre nunca escatimó sus exiguos recursos para ayudar a la educación de sus hermanos menores, para priorizar el bienestar de sus hijos antes que el suyo. Ese niño que quería estudiar, murió siendo responsable de la educación de los niños del estado de Zacatecas, un ciclo vital muy afortunado para él y para todos los niños que mejoraron su vida gracias a la educación.


Foto: La escuela que construyó "El profe Vicente", mi padre.

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