viernes, 10 de febrero de 2017

CARTA A UN CADÁVER

Siempre he tenido la capacidad de llorar sin sollozar, sin hacer muecas, lo cual a mí mismo me conmueve, aún más, diré que si me lo propongo puedo hacer que mi tristeza en forma de lágrimas discurran de manera lateral, de tal manera que podría ser una máscara inexpresiva a la que le salen lágrimas del ojo derecho.

No tendrías derecho a preguntarme como me siento si pudieras, tampoco tendría yo derecho a decirlo, si lo hiciera, sería desleal a mi dolor y quiero que aquello que siento sea respetado, no encuentro otra manera más bella que el silencio.

Nos hicimos íntimos de nuestros vecinos, preciso, los vecinos supieron de nuestra intimidad, de nuestros gritos alternados con sexo, de noches embriagadoras en las que cursis canciones nos regalaban la dulce sensación de pertenencia.

Nos embriagamos de sexo en nuestro viaje a través del desierto, el humo de nuestros cigarrillos se resistía a salir de aquel coche rojo que era como un mancha de sangre en la arena, me pareció una locura bajar en aquella perdida carretera para bailar desnudos bajo un sol abrasante, pero no te podía negar nada.

La noche que me confesaste que me fuiste infiel, no hice el “alboroto” al que estábamos acostumbrados, quizás el ligero mareo que me provocó la noticia me impidió reaccionar, además siempre hablamos de lo nuestro como un “amor libre” y que si nos éramos fieles se trataba de un generoso y deliberado regalo, no era un compromiso, no podía enfadarme por la infidelidad, solo podía entristecerme, en mi código moral no está penalizado el adulterio... pero si la perfidia.

“Tengo algo importante que decirte” era la frase con la que me invitabas al fascinante juego del amor. Era tu manera de decir: Fóllame. Animales. Celo. Rasguños y morados que parecían jocosos a los amigos. Nunca supieron bien si eran el resultado de una pelea o de un coito. De ambos.

Suena en mi recuerdo tu viejo tocadiscos, “No Woman no cry” versión Joan Báez, entonces yo me convertía en un roble fuerte que te abrazaba, tu te colgabas de mi cuello y te balanceabas con suavidad... “Everything Will Be Alright... no woman no cry”.

Soñábamos con San Petersburgo, no tenía sentido pero lo soñábamos.

Con nuestros besos, fenómeno y noúmeno coincidían, no necesitaban que viniese Kant a cuestionar nuestra percepción de las cosas, simplemente tu lengua buscaba la mía, mientras nuestros labios compensaban con una ternura que no pudo expresar aquel triste cantor que ejercía su oficio como un sísifo que rasga su guitarra de manera perenne.

He hablado de perfidia, pero se trata solo de mi percepción, es mi peculiar sensación de traición al mundo que juntos construimos, esa percepción es más importante que el hecho en sí que desencadenó nuestra separación, y en el fondo, me siento como un Bukowski arrepentido, que guarda en su memoria peleas y besos, y hoy, cuando ya no tiene sentido, se atreve a decir la palabras nunca pronunciadas: TE AMO.

Me quedé estupefacto mirando tu cuerpo tan blanco e inerte en la bañera, suspiré, como si estuviera llorando pero sin llorar.

Imagen atroz sin protagonista evangélico que dijera. “levántate y anda”, toda filosofía fue derrumbada por esa imagen, ni el hereje Spinoza, ni el cortesano Leibnitz, tampoco Kierkegaard ni Nietzche... todos los que amábamos, no fueron capaces de explicar el hecho de que aquella boca no me volviera a insultar a la par que besar, los diarios lo llamaron: SUCIDIO BIZARRO.