sábado, 1 de noviembre de 2008

Aurelia y el día de los muertos


A la alegre Aurelia de cuarenta y cinco años, le echaron la mala sentencia de morirse pronto, “mire usted tiene un cáncer, y no vivirá más de un año”. Presurosa como era, salió corriendo del aquel consultorio y regresó a su pueblo con la firme decisión de comprarse su ataúd, “Una caja de madera, muy bien acojinada, y tapizada de seda blanca; y ¡lástima que no me la pueda llevar puesta!”

Siguió con sus deberes de cada día y guardó su “caja de muerto” en el cuarto de los triques. Desempolvó su gramola y se puso a cantar.

"Tiene los ojos tan zarcos,
la norteña de mis amores,
que me miro dentro de ellos,
como si fueran destellos,
de las piedras de colores”

Era su canción favorita, era la canción de sus ojos: zarcos como el agua del pozo, como algunos destellos del mar –al que no conoció- virgen perpetua de las de Sabines cuyo rostro “dejó que llegaran arrugas antes que besos”. Ojos verdes y alegres.

El destino quiso que pasara el año que el médico vaticinó, y Aurelia seguía “vivita y cantando” y la que “bien muerta se murió” fue su cuñada Amalia, “en un parto se nos fue con todo y crío”. Generosa como era ¡Le prestó su caja!.

Esta historia se fue repitiendo con el tiempo durante cuarenta años, Aurelia la entrañable, la que se reía y contaba chistes en los funerales, especialmente sobre ella misma, haciendo apuestas y quinielas sobre quien sería el siguiente, era ella la mejor candidata, sin duda... siempre.

Su madre Amaranta, de casi cien años, lloraba con la gente que iba a verla, se lamentaba: “¿quién la iba a cuidar cuando se muriera su hija Aurelia?”. Pero murió antes Amaranta y recibió prestado el hermoso ataúd de madera con tapiz de seda.

¿Cuántos ataúdes le compraron en los 40 años que esperó la muerte? Nunca hacía bien las cuentas, ella convivía con la muerte, la sentía cercana, la sentía amiga –sin ser franciscana-.

Los bultos desaparecieron, los sangrados se evaporaron, las fiebres huyeron despavoridas por el mágico efecto de su limpia sonrisa, pero ella conservó su “caja” con la humildad de quien sabe la seguridad de la muerte.

Querida Aurelia, me gustaría comprarme un ataúd, de madera tapizado con seda, para ver si vivo otros cuarenta años.

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En México celebramos el día de los muertos, lo hacemos el 2 de noviembre, en muchos sitios la noche anterior (del 1 al 2) se ponen velas, flores, la comida que más le gustaba al difunto, sus bebidas, se hace una fiesta.
A los mejores amigos se les regala calaveras de dulce con su nombre, pero solo a los que más quieres.
Los mexicanos jugamos con la muerte, la festejamos, la bailamos, es nuestra manera de estar en consonancia con los que ya han marchado. Yo siendo mexicano la miro con respeto, la bailo, la celebro, pero confieso que le tengo miedo.

FELIZ DIA DE LOS MUERTOS,

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