Estimado Miguel:
Te escribo con alegría desde Edimburgo.
El avión atravesó la lluvia en la maniobra de descenso a cientos de kilómetros por hora, la tenue luz del motor del avión coadyuvaba a tener la sensación de atravesar un mar o un huracán.
Edimburgo es nostálgica en si misma, o quizás soy un tácito nostálgico al que las piedras lo remontan con facilidad a los años ya vividos. Lo cierto es que encontrar por casualidad la tumba de David Hume, me transportó a nuestros prístinos años de estudiantes de filosofía.
Encontrarse con el espíritu de David Hume, aquel pensador que deseaba un conocimiento fidedigno mediante la correcta conexión de ideas y lo axiomático de la experiencia, fue un bálsamo para cualquier examen respecto de mi pasado veleidoso en lo vocacional, y pude sentir en mi piel la dulce sensación de la terrible y buena competición que hubo en aquel grupo de férreos estudiantes que nos apasionábamos lo mismo con el empirismo de Locke y de Hume, o con el racionalismo de Spinoza y Leibnitz.
Pero han pasado los años y lo que había anoche por las calles de Edimburgo no se parecía al espíritu tranquilo de la ciudad por la mañana, mucho menos al espíritu disquisitivo de Hume; lo que había era una panda de borrachos gritando por las calles, ellas –la mayoría- con minifaldas y escotes que retaban cualquier espíritu monacal; ellos vestidos de alcohol y camisetas sin mangas, todo ello con un viento intenso, una lluvia tenue y una temperatura de 2 grados centígrados.
Sin duda Edimburgo representa bien el espíritu del norte de Europa: una ciudad hermosa como pocas, una civilización que funciona, un grupo humano que piensa y una vida nocturna que conmociona.
No te he dicho que me he hospedado en un albergue, no ha estado mal la experiencia pero creo que volveré a los hoteles, Facilius est laudare quam ferre paupertatem, vamos que como dice la canción “yo no nací pa pobre, me gusta todo lo bueno”
El Quixot
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