jueves, 9 de octubre de 2008

Vacunas y Vitaminas


Pienso que no lo soñé y que fue cierto, que cuando enterrábamos a los muertos en San José, las mismas mujeres que bebían tequila a escondidas de sus maridos se “entonaban” para cantar el “Te vas ángel mío” y todos los cantos tristes posibles, recuerdo perfectamente que al final del séquito siempre estaban el acordeón de Chago y la guitarra de Ambrosio cantando el “Me importa poco que tu ya no me quieras” y todas las canciones ladinas de su repertorio. Se que caminábamos despacio mientras unas nubes grises amenazaban gratuitamente, nunca encontraba consuelo aquel suelo árido y sediento, todavía puedo sentir los arañazos del curioso viento que se asomaba por entre los magueyes para despeinar y polvorear a aquellos desposeídos. 
 
Sonrío mientras me acuerdo de Esteban “el marihuano” intentando salir dificultosamente de la fosa a la que acaba de resbalar: “por poco me entierran antes que al muerto”. Se que estuvimos casi todo el día en el camposanto esperando que la viuda se convenciera de que de verdad estaba muerto “es que lo veo tan chapeteado, que no me lo creo, ¡Pedro ingrato despiértate!”, y luego se desmayaba rodeada de todas las mujeres que lloraban y la consolaban dándole pequeños tragos de mezcal. Se que no lo soñé porque la brigada de salud tuvo que ir al mismísimo camposanto a buscar a los niños para vacunarlos y hubo un gran alboroto y entonces se confundieron los llantos de los niños con los llantos de las gemebundas, y el camposanto se confundió con el patio de la escuela pero el juego no eran “los encantados”, el juego era “atrapa al niño para pincharlo”, se que fue cierto porque a mi nunca me encontraron, me escondí en el mausoleo del “aparecido”. Hartos y desesperados, la brigada sanitaria se fue a los primeros truenos y relámpagos, Lola se resignó a enterrar a Pedro, y yo salí tranquilamente del mausoleo del “aparecido” a recibir mi castigo.
 
Se que no lo soñé porque en la madrugada –mis noches siempre han estado preñadas de insomnio- podía escuchar a lo lejos el acordeón de Chago, Él y sus amigos se instalaron tres días encima de la tumba de su amigo Pedro, para despedirlo como “dios mandaba” y en San José, dios mandaba: cantos y tequila.
 
En San José era un carnaval enterrar a los muertos, una epifanía del absurdo.

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