Pienso que no lo soñé y que fue cierto, que cuando enterrábamos a los
muertos en San José, las mismas mujeres que bebían tequila a escondidas de sus
maridos se “entonaban” para cantar el “Te vas ángel mío” y todos los cantos
tristes posibles, recuerdo perfectamente que al final del séquito siempre
estaban el acordeón de Chago y la guitarra de Ambrosio cantando el “Me importa
poco que tu ya no me quieras” y todas las canciones ladinas de su repertorio. Se
que caminábamos despacio mientras unas nubes grises amenazaban gratuitamente,
nunca encontraba consuelo aquel suelo árido y sediento, todavía puedo sentir los
arañazos del curioso viento que se asomaba por entre los magueyes para despeinar
y polvorear a aquellos desposeídos.
Sonrío mientras me acuerdo de Esteban “el
marihuano” intentando salir dificultosamente de la fosa a la que acaba de
resbalar: “por poco me entierran antes que al muerto”. Se que estuvimos casi
todo el día en el camposanto esperando que la viuda se convenciera de que de
verdad estaba muerto “es que lo veo tan chapeteado, que no me lo creo, ¡Pedro
ingrato despiértate!”, y luego se desmayaba rodeada de todas las mujeres que
lloraban y la consolaban dándole pequeños tragos de mezcal. Se que no lo soñé
porque la brigada de salud tuvo que ir al mismísimo camposanto a buscar a los
niños para vacunarlos y hubo un gran alboroto y entonces se confundieron los
llantos de los niños con los llantos de las gemebundas, y el camposanto se
confundió con el patio de la escuela pero el juego no eran “los encantados”, el
juego era “atrapa al niño para pincharlo”, se que fue cierto porque a mi nunca
me encontraron, me escondí en el mausoleo del “aparecido”. Hartos y
desesperados, la brigada sanitaria se fue a los primeros truenos y relámpagos,
Lola se resignó a enterrar a Pedro, y yo salí tranquilamente del mausoleo del
“aparecido” a recibir mi castigo.
Se que no lo soñé porque en la madrugada –mis noches siempre han estado
preñadas de insomnio- podía escuchar a lo lejos el acordeón de Chago, Él y sus
amigos se instalaron tres días encima de la tumba de su amigo Pedro, para
despedirlo como “dios mandaba” y en San José, dios mandaba: cantos y
tequila.
En San José era un carnaval enterrar a los muertos, una epifanía del
absurdo.
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