jueves, 23 de octubre de 2008

Quemar las Naves


Hace mucho que en mi ordenador guardaba “Quemar las Naves” una película de Francisco Franco, me le habían recomendado porque “sale tu Zacatecas”, después de haber visto hace un par de días la indigesta película “No me pidas que te bese porque te besaré”, pensaba que cualquier cosa que viera me gustaría.


No se si fue la nostalgia, quizás era el día lluvioso, lo cierto es que me encontré de golpe metido en mi ciudad de origen, con las campanadas de la catedral y su cerro de las antenas, donde tantas cosas he vivido. Sentí el aire frío y seco de los callejones de cantera rosa, y pude sentarme en los patios de las casas viejas y dogmáticas, metáforas de un trozo de la sociedad de donde vengo. El director ha aprovechado de manera magistral uno de las mejores pinacotecas virreinales de América: El museo de Guadalupe. En una palabra que vi la película con la emoción en mis sentidos, sintiendo la tensión de ser un Zacatecano y un emigrante a la vez.


¡ Que gran sorpresa es esta película! Cierto que como muchas óperas primas es imperfecta, y a ratos excesiva, pero cuenta una historia que te envuelve y te lanza directamente al punto exacto de la nostalgia: la adolescencia, película de buenos diálogos y de insuperables gestos.


Quemar las Naves según el director: “es una película sobre la pasión adolescente, en la que la acción antecede al juicio. Describe el camino hacia la autenticidad y la libertad que todo ser humano debe recorrer al enfrentarse a un ambiente estático que lo orilla al sometimiento y la uniformidad. Es una invitación a vencer el miedo a quemar las naves para encontrar nuestro propia voz".


Pero Quemar las naves es, también, una declaración de amor a Zacatecas, donde uno puede cerrar los ojos e imaginar que las montañas que rodean a la ciudad de repente se vuelven de agua y se vienen sobre nosotros como el mar que está tan lejos; en Zacatecas, las hormigas pueden sobrevivir a la miel mezclada con veneno que alguien les ha puesto en el camino, porque finalmente ellas son testigo mudo del vendaval que integran nuestros pensamientos mientras bajamos y subimos por esos callejones de cantera rosa, que son siempre los mismos y siempre diferentes. Zacatecas es, pues, la ciudad de las posibilidades infinitas, sobre todo cuando durante la madrugada se apagan las luces de la catedral y, con la cabeza apoyada en la almohada, nos quedamos sólo con el fuego que alguien ha encendido en nuestra conciencia, para alumbrar la imagen que tenemos de nosotros mismos y que es muy diferente de cómo se contempla a la luz del día.


http://www.quemarlasnaves.com.mx/

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