viernes, 27 de febrero de 2009

Pancracio


Cuando era niño, me gustaba la lucha libre, y quizás yo mismo sin saberlo era un luchador.


El tipo de la taquilla me dejaba entrar a condición de que vendiera entre el público una caja con bolsas de papas fritas, mi acompañante en esas aventuras era mi hermano, sin duda ambos fuimos unos niños siempre muy espabilados y echados para adelante.


Con todo y mi niñez, era consciente de que ese pancracio circense también dejaba huellas, y siempre me impactó la frente tapizada de cicatrices de muchos luchadores, también fuimos testigos –no se si privilegiados- de toda la decadencia que viven esos personajes cuando están lejos de los reflectores, gritos y aplausos de los aficionados.

Mi hermano y yo dejamos la niñez y con ella el gusto por la lucha libre, pero no dejamos de ser luchadores, fuimos niños y adolescentes muy trabajadores con el objetivo claro de superar la pobreza.


La lucha libre hoy en día, es para mi un débil recuerdo en el acervo de mi nostalgia, un simple destello bucólico, pues otros acontecimientos rutilantes cincelaron con más fuerza mi idiosincrasia; pero ayer viendo la extraordinaria actuación de Mickey Rourke en “The Wrestler” fue inevitable recordar todo aquello.

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