miércoles, 25 de febrero de 2009

La cantante del Hilton


Le dije que me aburría que sus quejas eran monótonas y cansinas; que la disculpaba, mucha gente era así; pero como su propuesta inicial era de cambio le pedí que al menos hiciera cosas diferentes, si siempre hacía lo mismo, el resultado sería previsible, la exhorté a que fuera valiente, que le diera la espalda a lo que ya estaba caducado de su vida, que se aferrara al momento presente, que la vida es una continua despedida y un incesante amanecer, que no me creía que las cosas “siempre van a peor y no pueden ir de otra manera”, que de la realidad sabemos bien poco, y que un toque de audacia aliñado con humildad y confianza pueden hacer la diferencia...


No me entendió, se enfadó por mi crudeza, quería palmaditas en la espalda y unas orejas para vomitar, y yo para eso no sirvo.


Se levantó con fiereza, actitud sorprendente en aquella dulce y quejumbrosa mujer, buscó un hotel de lujo para horadar con tequila lo que quedaba en ella de ilusión, con la embriaguez como indumentaria pidió al pianista cantar, no lo hacía tan mal, tenía una voz con amplias gamas ora dulce, ora intensa; y a ratos parecía que su resentimiento se filtraba por las cuerdas de su voz, arrancándole algunos destellos que arañaban el sentimiento de quien la escuchaba.


Sin proponérselo hizo algo diferente, cantó en ese hotel todo un verano. Sigue siendo una bella ejecutiva, feliz con unos cuantos guiños que el destino le ha hecho, aunque de vez en cuando se sigue quejando.

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