jueves, 18 de septiembre de 2008

Kant



Cuando estudias a Kant en el bachillerato o la universidad, te puedes quedar con la imagen de un hombre denso y aburrido. Y cuando sabes que nunca salió de su natal Königsberg – a pesar de ser el mejor geógrafo de su época-, la idea se acrecienta.

Cada tarde a las cinco en punto daba un paseo por el parque de la ciudad y no podía ser interrumpido por nadie, era el momento de sus elucubraciones y disquisiciones, que pondría sobre el papel a la mañana siguiente.

Sin embargo, pocos saben que cada día tenía un banquete en su casa al cual estaban invitados no menos de cuatro y no más de diez personas, y todos debían ser de estratos sociales, culturales y profesionales diferentes. Recibía cartas de toda Europa e incluso de América solicitando participar en una de sus tertulias culinarias.
Era un interlocutor divertido, con sentido del humor, un buen moderador, respetuoso, etc. Participar en sus comidas era una experiencia vital tanto por las conversaciones como por los manjares mismos.

Había una lista de espera de meses, y era todo un acontecimiento personal saberse invitado a comer con Kant, pues lo mismo podrías compartir la mesa con un príncipe europeo, con un albañil, un profesor universitario o un Obispo.

A las cuatro en punto, los comensales debían abandonar la mesa y la casa porque entonces Kant se preparaba para ir a pasear en solitario. Luego su criado lo envolvería en una manta y lo desenrollaría a la mañana siguiente al alba.
RECOMIENDO:
Los Últimos Días De Emmanuel Kant
Thomas De Quincey

FOTO: Königsberg, actualmente Kaliningrado

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