miércoles, 10 de septiembre de 2008
Ella y el Guerrero
Estaba el guerrero postrado en la tierra, pocas fuerzas le quedaban en medio de aquel sombrío combate, vino ella y le dijo: “levántate, que he invocado la fuerza de tus ancestros”, pero el moribundo guerrero seguía al ras del suelo sin ápice de movimiento.
“Levántate, he pedido a la naturaleza que venga en tu auxilio, y ella me ha regalado para ti un olivo, porque es sinónimo de regeneración”, el guerrero escuchaba y en su interior asentía, pero la fuerza que animaba a su cuerpo estaba desaparecida. Ni un solo músculo se movía.
“Guerrero te amonesto clamando a la sabiduría de tus padres, a tu propia sabiduría, a la sabiduría con que has conducido ejércitos, a la sabiduría con que aleccionas a los otros guerreros” el luchador no respondía.
Ella se sentó abatida, sus manos cruzadas ejercían de atril sosteniendo un rostro caído, y dulcemente le dijo al oído: Tengo esperanza que no te marcharás, se que veré asomar ese gran amor que siempre ha anidado en tu corazón, esa es tu más eficaz energía sanadora, siempre me ha gustado hablar contigo porque manejas con maestría los tiempos de las palabras, y sus más sabios acompañantes: los silencios. Y esto que parece muerte se que es un breve silencio.
El guerrero dificultosamente abrió los ojos y más tarde se levantó.
FOTO: Olivo por EL QUIXOT
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