La niebla cubría Barcelona mientras que ésta, despreocupada, simplemente reposaba en el silencio de sus calles, en la dulce respiración de los niños que aun siendo bisoños seguidores del Barça no pueden eludir su cita con el sueño.
Las torres próximas a la playa se escondían tímidamente en el beso del vapor que ascendía despacio, con pereza, haciendo ligeros remolinos mientras jugaba con la luz de las farolas.
El mar continuaba besando eternamente a la playa, como un Sísifo enamorado, el brillo en la cresta de sus pacíficas olas, eran metáforas de ojos que miraban a las parejas que se reconciliaban mediante abrazos, ese profundo mar parecía ausente a todas las pantallas de la ciudad que se preparaban para explotar en goles.
Los deportistas del puerto asistían a su cita nocturna con el sudor, con la ilusión perenne de un aire puro, un aire que dicen los científicos está cargado hasta de cocaína, pero allí estaban ellos, encontrándose con los patinadores y con los paseantes del paseo marítimo.
Yo simplemente pedaleaba mi bicicleta, escuchando mi música, mientras todas las moléculas que se han puesto de acuerdo para representarme físicamente, se sentían en consonancia con todo aquello.
Foto: Barceloneta por Karles Antes Orcadas
1 comentario:
que bien... Precisamente ahora estaba escribiendo un mail donde explicaba que la armonía sentida de mí mismo con mi ciudad había desaparecido y que qué debía de hacer para reencontrarla.
Se es un poco feliz cuando uno se siente así de unido a su entorno. Cuando no, no.
podi-.
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