miércoles, 13 de mayo de 2009

Cerezos en flor

Un día pregunté a mi padre quienes eran sus amigos íntimos, con quien compartía sus preocupaciones, con quíen se reía más,etc. “tu madre” me contestó.

Desde aquel día, la imagen de mis padres tan unidos, -a ratos incluso simbióticos- ya no me abandonó, y buscaba metáforas lingüísticas o visuales para plasmar ese sentimiento de una pareja que ha compartido prácticamente toda su vida y encontré lo que buscaba en la película “Cerezos en flor”.
Una película de encuentro entre lo occidental y lo oriental, como metáfora de dos personas diferentes que han construido un mismo proyecto.
Trudi es la única que sabe que su marido Rudi tiene un cáncer terminal y lo convence para visitar a unos ocupados hijos, sin embargo la que muere es Trudi, lo que da pie a mirar la transformación de un personaje cuadriculado, soso y un tanto indiferente como Rudi, en un ser con una sensibilidad que raya en lo ridículo pero sin caer en el absurdo.
la realizadora alemana Doris Dörrie se embarca en un viaje de redención hacia el amor, hacia la melancolía y el luto por el ser perdido pero, sobre todo, hacia la fragilidad y la transitoriedad del ser humano.
Es una película que tiene el encanto de rascar lo “oriental” en el corazón occidental, y de poner delante de los ojos del espectador la parte “occidental” de un Tokio moderno y salvaje.
La redención de la película –no es una película perfecta- y podríamos decir del ser humano en general con esas contradicciones que encontramos como individuos y como pueblos, se da a la orilla del lago Kawaguchi, con el monte Fuji de fondo y los cerezos en flor aplaudiendo a la belleza, al alma humana y sobre todo a la unión de dos personas que permanecen unidas incluso después de la muerte.

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