viernes, 8 de mayo de 2009

Mi hermana


La vinculación entre hermanos es poderosa e indisoluble, aunque a veces no seamos conscientes de ella.

Suele ocurrir que los hermanos lleven una mala relación y hasta se retiren, pero no es más que una cortina dramática para poder soportar una tragedia familiar.

En mi caso, tengo la suerte de llevar una afectuosa relación con mis hermanos, soy el mayor de cinco y es motivo de gran felicidad para mi percibir que aunque no estamos juntos ESTAMOS UNIDOS.

Hoy felicito con gran cariño a mi hermana Geno pues cumple años, junto a mi hermano Sergio compartimos nuestros juegos y escasos juguetes, nuestra infancia esta profundamente ligada.

Hemos estado tan unidos, que incluso hicimos la carrera de medicina juntos.

Mujer trabajadora, que fue muy estimada en la comunidad rural donde ejerció de médica, y en la actualidad una entregada profesora en Chicago. Madre amorosa de dos hermosos niños, generosa y de buen corazón, esta es mi hermana Geno y doy profundas gracias al destino porque la puso a vivir en los mismos años que me puso a vivir a mi.

FELICIDADES HERMANA QUERIDA


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A LA ORILLA DEL POZO (cuento para mi hermana)

A Pelancho le gustaba asustar a la niña a la orilla del pozo, se sujetaba de la viga que sostenía la polea mientras gritaba “me caigo”, “me caigo”... la pobre niña gritaba y lloraba: “Pelancho se ahogaría en el pozo del agua zarca”. Luego Pelancho saltaba hacia fuera del pozo como si fuera un orangután y comenzaba a reírse a carcajadas, mientras la niña bonita y despeinada sujetaba con fuerza su muñeca de trapo hecha con medias viejas y corría rumbo a su casa.

Una docena de Sauces sobrevivían a la orilla del pozo, alimentados en aquel desértico paraje como los lugareños, por esas débiles corrientes subterráneas, o quizás realmente había un milagro más subterráneo que el agua, y me imagino que sauces y viento se confabulaban para consolar a la niña, y la niña a su vez otorgaba el consuelo a la “tuza loca” su querida muñeca vieja.

A la niña le gustaba comer caramelos a la orilla del pozo, mientras las señoras llenaban sus vasijas de agua zarca y chismorreaban sobre los urquiceses y los almaraceses, que no dejaban de pelearse entre ellos; mientras hablaban se cubrían el rostro de manera peculiar con el rebozo, como si escondiendo medio rostro, escondieran también las palabras.

Lo cierto es que un día, mientras su madre lavaba a la orilla del pozo, cayó la niña en el agua zarca, y a veces me pregunto ¿qué la hizo estar tan tranquila para que fuera fácil rescatarla? Preguntaré a su madre, preguntaré al viento, porque tengo la sospecha que en la memoria de la niña, hay un pequeño desierto.

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