martes, 24 de agosto de 2010

CAMINAR (Ligar) SOBRE LAS AGUAS


Estirado de costado sobre la arena, podía mirar un mar mediterráneo que se adosaba a la playa con una suavidad que rozaba la sofisticación, solo de vez en cuando a esa plancha quieta y brillante le aparecían ligeras arrugas que te recordaban que el mar estaba vivo, sin embargo la imagen de ese mar bello y sereno me llevaba a la convicción de que podría caminar sobre las aguas.

Tenía en mi mano “Alexis, o el tratado del inútil combate” de Marguerite Yourcenar, y cuando mi mirada se apartaba de la lectura se aposentaba veleidosa mirando alternadamente al mar y al grupo de ancianos que suelen acudir a esa playa.
Los observaba detenidamente y me puse a reflexionar sobre Marguerite Yourcenar, esa mujer que tuvo el gran privilegio de ser considerada un clásico en vida, que fue la primera mujer elegida como miembro de la Academia Francesa, etc. pero no era sobre su literatura sobre lo cual reflexionaba, recordaba más bien su obsesión por Grecia y su anhelo profundo de irse a vivir allí. Pero apareció Grace (Grecia) una mujer norteamericana con la cual compartiría cuarenta años de su vida, puedo pensar que su anhelo profundo de vivir con “Grecia” le fue concedido por el universo.

Al morir Grace en 1979, otro hombre entra en su vida. Se trata de un joven fotógrafo que había conocido un año antes: Jerry Wilson de veintiocho años, quien contribuyó a hacerla salir de su vida inmóvil acompañándola a través del mundo como su secretario, y como su amante, ella tenía setenta y cinco años. Cinco años duró su relación, Jerry murió de Sida en 1985.


Cogí mis cosas, me fui a sentar a un banco para calzarme y terminar de vestirme lejos de la arena, al mismo tiempo que una septuagenaria mujer se sienta a mi lado, en las mismas labores, sonreímos, conversamos: que si el agua está bonita, que si parece un paraíso, que si leo mucho, que si ella viene cada mañana aquí, que si hay muchos turistas, que si Barcelona ya no es lo que era... 20 minutos de agradable conversación hasta que con una actitud felina me coge del hombro y me pregunta “¿dónde comes?, ¿quieres que comamos juntos?, ¿tienes pareja?” argumenté excusas triviales para desistir a la invitación, de lo cual estoy sumamente arrepentido, me perdí la oportunidad de conocer quizás a una persona interesante, pero en ese momento no me sentía Jerry Wilson, ni tampoco la percibía a ella como Marguerite

Yourcenar.
Cuando la vuelva a ver, seré yo quien la invite.

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