sábado, 31 de julio de 2010

DAMA DEL RAVAL


Hace años que la veo en la esquina de la calle Joaquín Costa, el teatro Goya es testigo de lo que digo. Hasta hace pocos años no era la única señora que vendía compañía, había un puñado de señoras mayores que pululaban en esa esquina.

Con las nuevas normativas del ayuntamiento, por la edad –pues insisto, todas eran señoras maduras-, fueron desapareciendo todas, menos ella. No tiene la fama de Mónica del Raval, ni de Carmen de Mairena, sin embargo es una institución de la soledad. Puedes encontrártela en un banco en la ronda de Sant Antoni si es el verano, con la mirada perdida, con los sentidos anestesiados, como si hubiese elegido una coraza llamada “aquí no pasa nada” para soportar la indiferencia de los transeúntes. En el invierno se protege detrás de una cristalera perteneciente a un bar que da a la esquina, imagen ínclita de la desolación. Cuando el invierno es especialmente lluvioso, allí está ella observando detrás del cristal, protagonista y espectadora de Raval.

Siempre me ha fascinado su regordeta figura, su facies inexpresiva, su cabellera rubia con un tinte desgastado, unas gafas que le dan un aire a oficinista con 20 años en paro.

Anoche como tantos días la he visto, y me ha detenido:

- ¿Nene me das un cigarrillo?

- Encantado, sólo que no tengo fuego.

- Yo sí tengo (y literalmente tenía razón).

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