viernes, 16 de abril de 2010

REMBRANDT: UN HIJO PRODIGO



Rembrandt pintó “El regreso del Hijo Pródigo al final de su vida, en el año 1669. Es su testamento. Denota el largo camino de la vida del autor. Contrasta con otras imágenes de la juventud de Rembrandt feliz en medio de un burdel.

En 1766 fue adquirido por Catalina la Grande e instalado en la Residencia de los Zares en San Petersburgo, en lo que hoy es el Museo Hermitage.

Rembrandt el joven era arrogante (era muy consciente de su talento), manipulador, Calculador, se embriagó de lujuria y ambición, de allí que la temática de su obra de Juventud (aparentemente espiritual) solo correspondía a las peticiones de sus mecenas, sólo al final de sus días se revela una espiritualidad profunda especialmente en “El regreso del hijo pródigo”, donde su dominio de la luz y la sombra son una metáfora del largo camino hacía una iluminación interior.

Su evolución hacia una genuina espiritualidad no se resume en el razonamiento simple de que un Rembrandt hedonista, lujurioso y ambicioso, de pronto "vuelve a la casa paterna", debió cruzar antes un pantano de tragedias familiares, ruina económica, fama perdida, etc. que lo sumieron en la amargura, que lo convirtieron en un personaje hosco, vengativo y capaz de cualquier traición. Desde este lugar es desde donde emerge el Rembrandt que llegó a pintar "El regreso del hijo prodigo".


Esta obra está llena de simbolismos: las manos del padre que son una masculina, una femenina; el padre que está prácticamente ciego, de tal manera que reconoce al hijo con el corazón; el hijo que aún con los andrajos conserva la espada como signo de pertenencia, etc. Es quizás la obra de arte que más me ha impactado hasta ahora. 


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