El hecho de que México sea capaz de ponerse tan hermoso durante la época de lluvias es una buena metáfora de esperanza para un país que –de momento- vive secuestrado.
Está secuestrado sobre todo por una élite de poder económico que sembró una violencia inicialmente verbal y la prolongó con la cultura del miedo, y para conseguir sus fines impusieron primero al prístino e insolente Vicente Fox y posteriormente a la marioneta llamado Felipe Calderón. Se sirvieron del voto de millones de confiados mexicanos para darle una apariencia de “democracia”, una técnica que la derecha de todo el mundo sabe ejercer muy bien: asustar con un mundo de malvados para perseguir, poner el poder público al servicio del poder económico y manipularlo todo con una quimérica democracia.
En el día a día, México vive un dolor insoportable por la cultura del secuestro; se ha convertido en el primer país del mundo en número de secuestros, y no se escapa nadie: dueños de bancos, altos funcionarios, pequeños empresarios y hasta humildes campesinos, cualquiera al que se le pueda arrancar un dinero fácil.
Me dolía profundamente escuchar a un tío humilde que vive al día en lo más profundo de México, lamentarse de que llegando la noche ya no puede ir a ver a mis abuelos; se me desgarraba el corazón escuchando a un entrañable amigo pequeño empresario, que se gana la vida para sus hijos día a día, plantearse si vale la pena iniciar proyectos “ ¿para que? Me lo quitarán.”
Y sin embargo en medio de esos flagelos la gente en México sabe permanecer feliz, la mayoría de los Mexicanos son tenaces trabajadores, personas con una amalgama cultural que, como el campo, pueden reverdecer ante la gracia de la lluvia; un pueblo que tiene por idiosincrasia la cosmovisión de la relatividad de la vida y por eso es capaz de reírse de la muerte y al mismo tiempo aferrarse de manera apasionada e ingeniosa a la vida.
Por suerte está Barcelona para poder aguantar esta distancia.
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