miércoles, 12 de mayo de 2010

¿PUEDE CURAR EL ARTE?


Estuve en San Petersburgo, un viaje que anhelaba hace muchos años por diversos motivos, uno de los más importantes era la fascinación que siempre provocó en mi la evolución espiritual de Rembrandt manifestada en “El regreso del hijo pródigo”, recientemente porque me he convertido en un asiduo lector de la literatura eslava: Pushkin, Gogol, Dostoievsky, Vasili Grossmann... y muchos de ellos hacen su literatura viviendo en San Petersburgo o haciendo referencia a ella.

Fueron muchas cosas las que me gustaron del viaje, pero sin duda la experiencia más “cumbre” como diría Abraham Maslow fue hacer un recorrido por el arte en el museo Ruso, un museo muy bien montado con un recorrido histórico. Sólo entrar tuve la suerte de disfrutar la sala de los iconos religiosos en solitario, una dulce sensación de consonancia me invadió, y una fuerza profunda se transmutó en pensamiento: EL ARTE PUEDE CURAR, no en el sentido de que la experiencia estética pueda modificar la equivocada actividad celular que nos enfila lentamente hacia la muerte, y nos hace pasar por un camino doloroso, sino más bien en el sentido de que la consonancia estética nos conecta con lo más íntimo del ser humano, con la experiencia vital más genuina: la libertad, de allí que pensaba que el arte puede curar, pues colabora en gran manera a darle sentido a nuestra vida. ¿O quizás también sea capaz de modificar una actividad celular decadente? Esto ya lo veremos.

Susan Sontag entendía por espiritualidad, todo el conjunto de creencias, pensamientos, prácticas y actividades que ayudan a darle sentido a la existencia humana, delante de la bellísima pintura del “Arcángel Gabriel” tuve una sensación prístina, pues cuando era niño y escuchaba los rezos y cantos religiosos de las abuelas, no podía menos que sentir lo que ahora se que es una experiencia transpersonal, pues esas prácticas eran una mezcla de fe inquebrantable y un anhelo tácito de trascendencia, una espiritualidad en el sentido de Susan Sontag.

En el Museo ruso, encontré una joven mujer enferma de Lupus, había viajado con la angustia de que podía tener un brote de su enfermedad en cualquier momento, sin embargo la suerte la acompañó y había estado esos días en perfecta salud, era su último día en la ciudad y mientras sus acompañantes iban de compras ella disfrutaba -como yo- del museo en solitario, nos encontramos delante de la “Cabeza viviente” de Pavel Filonov, un pintor que a pesar de estar censurado por el régimen soviético, nunca quiso vender ni una sola de sus pinturas a los coleccionistas extranjeros, ambos mirábamos su obra, y coincidíamos en que el recorrido por el arte Ruso en el fondo es un recorrido por la vida misma, de allí que no me extraña que durante el asedio de 900 días que sufrió Leningrado (antes y hoy San Petersburgo) el Ermitage se convirtió en el símbolo de la resistencia de la ciudad, la nieve se acumuló en las estancias... y muchos empleados murieron de inanición, (lo mismo pasó en el museo ruso) Espero que en un sentido más trascendente –y que desconocemos- a ellos también los haya curado el arte.

Esa mujer estaba convencida que el arte, la literatura, y muchas otras actividades –incluidas las recomendaciones de los médicos- le ayudarían a curarse, pero sobre todo a conseguir la gran curación para cualquier ser humano: encontrar el sentido de la vida. Recordando el apasionamiento de su mirada, deseo serenamente que su ahelo se cumpla.

FOTO: El regreso del hijo pródigo. Rembrandt MUSEO HERMITAGE

1 comentario:

Montenegro dijo...

Felicidades! Soy Tamara Djermanovic, amiga de Radmila, soy profesora de literatura rusa, vendré a verte un día ya que Radmila habla de tí tan bien que tengo muchas ganas de pasarme a la homeopatía!
Saludos