El bandido Procusto estaba convencido que todos los hombres deberían medir lo mismo, regentaba un mesón en la región del Ática a donde invitaba a los viajantes a estirarse desnudos en un lecho de hierro, y allí los igualaba a todos: si sobresalían de la medida de la cama de hierro, les cortaba los pies para que el cuerpo se acomodase al tamaño de la cama; si por el contrario, el huésped en turno era más pequeño los alargaba descoyuntándolos. Es decir en lugar de acomodar la cama al tamaño de las personas, hacía que estas se ajustaran a las medidas de la cama.
Fue Teseo quien ejecutó a Procusto, aplicándole el mismo castigo que infligía a sus víctimas.
El lecho de Procusto es una realidad en nuestro mundo homogeneizado. La televisión, la escuela, los gobiernos, tiende a mutilarnos o estirarnos para que encajemos en ese molde único de persona que no tiene criterio, ni ideas propias, que no cuestiona, que se rige por creencias y no por la evidencia.
Curiosamente el lecho de Procusto se da muchas veces en la ciencia, pues se deforma la realidad para ajustarla a la hipótesis previa.
En medicina, es fácil caer en el “Conflicto de Procusto”, pues muchas veces el médico (de buena fe, eso si) al diagnosticar al paciente lo “ajusta” a un lecho de hierro del que difícilmente podrá salir, y al encasillarle en un diagnóstico (por otro lado difícil no hacerlo) le impone una especie de fatalidad, le entrega una profecía que se debe de cumplir. Nos volvemos esclavos de la persona que nos ha diagnosticado, le damos poder... tanto pacientes como médicos, suelen olvidar con más facilidad las cosas que hablaron en el despacho, lo que seguramente no olvidarán es el diagnóstico, está claro que es normal confiar en el mecánico para el coche y en el médico para la salud, pero debemos cuidar el poder que les otorgamos.
En la ciencia –y por ende en la medicina- no todo está escrito, lo mejor que podemos hacer los médicos es estar abiertos a posibilidades que no se ajusten a nuestro “lecho de hierro procustiano”, debemos estar flexibles a cualquier posibilidad que implique curación para un paciente, y ser científicos de la evidencia, no de las creencias, pues antes de que tuviéramos la explicación científica de porqué caen los objetos hacia la tierra, los objetos caían igualmente. Aún no sabemos con precisión como se originó este universo que vemos, lo que es cierto, es que estamos dentro de él.
Fue Teseo quien ejecutó a Procusto, aplicándole el mismo castigo que infligía a sus víctimas.
El lecho de Procusto es una realidad en nuestro mundo homogeneizado. La televisión, la escuela, los gobiernos, tiende a mutilarnos o estirarnos para que encajemos en ese molde único de persona que no tiene criterio, ni ideas propias, que no cuestiona, que se rige por creencias y no por la evidencia.
Curiosamente el lecho de Procusto se da muchas veces en la ciencia, pues se deforma la realidad para ajustarla a la hipótesis previa.
En medicina, es fácil caer en el “Conflicto de Procusto”, pues muchas veces el médico (de buena fe, eso si) al diagnosticar al paciente lo “ajusta” a un lecho de hierro del que difícilmente podrá salir, y al encasillarle en un diagnóstico (por otro lado difícil no hacerlo) le impone una especie de fatalidad, le entrega una profecía que se debe de cumplir. Nos volvemos esclavos de la persona que nos ha diagnosticado, le damos poder... tanto pacientes como médicos, suelen olvidar con más facilidad las cosas que hablaron en el despacho, lo que seguramente no olvidarán es el diagnóstico, está claro que es normal confiar en el mecánico para el coche y en el médico para la salud, pero debemos cuidar el poder que les otorgamos.
En la ciencia –y por ende en la medicina- no todo está escrito, lo mejor que podemos hacer los médicos es estar abiertos a posibilidades que no se ajusten a nuestro “lecho de hierro procustiano”, debemos estar flexibles a cualquier posibilidad que implique curación para un paciente, y ser científicos de la evidencia, no de las creencias, pues antes de que tuviéramos la explicación científica de porqué caen los objetos hacia la tierra, los objetos caían igualmente. Aún no sabemos con precisión como se originó este universo que vemos, lo que es cierto, es que estamos dentro de él.
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