Hace muchos años que conozco de cerca como médico historias de inmigrantes en Chicago, historias conmovedoras teñidas de profunda nostalgia.
En Barcelona tengo la fortuna de acompañar a algunos inmigrantes en la búsqueda de un camino que les permita una vida digna, y -por obvias razones- me conmuevo cuando encuentro inmigrantes en difíciles condiciones.
Os sorprenderíais muchísimo si supierais que hay “sin papeles” mexicanos en Estados Unidos que tienen más de quince años sin poder ir a su país, aferrados al sueño americano, y aquí mismo en Barcelona me he encontrado con pacientes en condiciones similares. Hace dos años una de ellos me decía que sus padres “son como dios” pues sabe que existen pero no los podía ver, hace años que solo los veía a través de una pantalla.
Hablo de inmigrantes, pero podría hablar de desamparados en general, pues como bien me replicó un chico sevillano un día, no debo despreciar a los que sin haberse subido a una patera la llevan en el corazón, y sin haber nacido en el desierto tienen desolación en el alma... y también les duele.
Hoy he recibido un mensaje desde el otro lado del atlántico, mi paciente ha podido volver a ver a sus padres, y me he alegrado mucho.
Es lunes y este inmigrante que escribe, no trabaja los lunes.
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