lunes, 29 de junio de 2009

Siempre nos quedará Nueva York


Termina un nuevo viaje y como casi cada viaje ha sido una oportunidad para experimentar con una vehemencia superior el hecho de estar vivo y el hecho de ser peregrino.


La primera vez que pisé esta ciudad, fue tal el impacto que me provocó que se convirtió inmediatamente en un rincón al que prometí volver siempre que pudiera, he compartido esta ciudad con grandes amigas y amigos, con mi padre y con mi hermana. En esta ocasión hemos compartido tres amigos, la gran manzana nos ha ofrecido un espacio privilegiado para conocernos mejor, sin duda la convivencia, engrandece las luces y las sombras, pero ahonda la intimidad, la confianza y el aprecio.


En este viaje he podido reflexionar muchas cosas, he elaborado una analogía fotográfica: de lo que mis ojos ven, siempre me gusta poner la atención en un trozo del campo visual y obvio el resto, he aprendido que mi manera de percibir a las personas es similar, me centro en aquellos aspectos que lo hacen único, aquellos destellos que lo convierten en alguien realmente auténtico y olvido el resto, tal cual y hago con las imágenes que aparecen ante mis ojos y solo capto lo que considero que me está hablando de manera genuina.



Fue muy sorprendente para mi mismo ver que no me esforzaba nada en organizar o protagonizar reuniones, de hecho hay amigos y amigas a quienes no vi, pero sigo teniéndoles el mismo aprecio. En cambio me dejé sorprender por las circunstancias y fui partícipe de una fiesta de cumpleaños en la que pude reír y divertirme como hace mucho no hacía, amen de los buenos amigos que encontré en tal reunión.


Me sorprendió que teniendo la pereza que tengo respecto de los museos, haya disfrutado mucho del MOMA y del Guggehneim, especialmente este, que al tener una colección pequeña en pintura, tiene cosas impresionantes, por poner un ejemplo el cuadro de Picasso: DORA MAAR, justo el que aparecía en los libros de texto mexicanos, cuando nos hablaban de pintura cubista.


Acostumbro relacionar mis viajes a algún libro: justo al aterrizar en Nueva York, di por terminada la última página de VIDA Y DESTINO de Vasili Grossman, y pensaba que empezaría EL RUIDO Y LA FURIA de Faulkner, no hubo tiempo; en cambio, en todo el viaje tuve en mi mente y en mi corazón EL COLOR DEL VERANO de Reinaldo Arenas, porque era verano, porque siendo Cubano se le puede considerar también Neoyorquino.


Es tiempo de tomar un taxi hacia Barcelona, pero siempre nos quedará Nueva York.

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