lunes, 8 de junio de 2009
Nobleza
Los viajes a mi tierra siempre son un encuentro con lo más íntimo de mi persona, especialmente los días como hoy que tengo que atravesar el semidesierto para llegar al sitio donde nací. En ese sitio, cual blasones incólumes encuentro siempre a mis abuelos casi centenarios. Viven en un lugar que a pesar de ser pobre y agreste es para mí como un camino al paraíso: “Valparaíso, Zacatecas, México”.
Han sido ya 88 veces las que he cruzado el atlántico para venir a encontrarme con los míos, con los kilómetros volados, parece que podría haber ido y regresado a la luna: seguiré viniendo, porque soy de aquí y porque mi casa es Barcelona, así de sencillo.
Me ha sorprendido mucho encontrarme a mi país con alegría a pesar de las tremendas vicisitudes que han supuesto una cuarentena por epidemia, un acoso constante del narcotráfico y el crimen organizado, y una crisis que golpea sobre todo a los más pobres.
La ciudad de Zacatecas está bella, es como aquellos pacientes que se encuentran bien, con médico, sin médico y a veces, a pesar del médico. Desde el teleférico pude una vez más percibir la ciudad en silencio, pude estar en consonancia con los rincones que alcanzaba a ver y los recuerdos que allí danzaban. La conjunción de la luz, el silencio, la soledad en el aire, me regalaron un trozo de belleza, serenidad, confianza, alegría profunda que experimenté también al despedirme hace un mes de mi sobrino en Chicago.
No se si porque solamente paseaba por la ciudad sin ninguna preocupación, sin tener que ejercerle de guía a nadie, sin ninguna persona apuntada en la agenda, ni una sola llamada de alguno preguntándome ¿que me tomo?, o porque me reuní con amigas homeópatas, clérigos, amigos entrañables, algún viejo sabio que me guía hace tiempo, porque soy lunático... la cuestión es que me he emocionado grandemente con la ciudad y con los que aquí me encuentro siempre que vengo. He visto en ellos tantas virtudes juntas como la alegría, sencillez, curiosidad, fortaleza, amabilidad, sentido común, que hay un adjetivo que me ayuda a resumir mi emoción: NOBLEZA.
Esta tierra desértica de “cielo cruel y tierra colorada” –como decía el poeta, y la gente que la habita me parecen NOBLES. Y son una especie de motor para continuar con las cosas que aún tengo pendientes. Para regresar a Barcelona con las mismas ganas de aportar lo que soy a esa gran ciudad y esos entrañables amigos, con los ojos abiertos para sorprenderme de manera constante, con ganas de estar PRESENTE, porque ¿no es acaso el amor un asunto de presencia?
Con las cosas que me parezcan difíciles seguiré manteniendo la filosofía de Luther King Jr.: "Da tu primer paso con fe, no es necesario que veas toda la escalera completa, solo da tu primer paso".
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