Es tanto lo que se ha dicho ya sobre esta obra magistral de Vassili Grossman que mi aproximación verbal intentará ser humilde.
Apenas llevo cien páginas y ya tengo la seguridad de que Grossman conoce a la perfección el potencial del corazón humano: solidaridad, mezquindad, amor, odio, estrategia, pasión... No hace falta que haga referencia a solvencia y belleza con la que describe personajes, paisajes, acciones; tampoco que mencione que su lectura es una catapulta constante a la reflexión sobre el ser humano en lo individual y en lo colectivo, así que solo me centraré –por el momento-, en el hecho de que cuando introduce algún recurso epistolar en la novela, no puede uno menos que emocionarse, unas cartas contundentes, crudas y amorosas; es sobre todo en ellas donde uno se hace responsable de ESTAR VIVO.
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