En el metro de Chicago jugué a ser Platón e intuir al auriga que esos cuerpos llevan dentro y lo hago mirando a los ojos de las personas.
Me encontré a una alma vagabunda que se esculpió un cuerpo de pordiosero, y que dejó escapar palabras lastimeras, que movían a la compasión con sus úlceras, su cara terrosa, su piel escrofulosa, sus veinte y tantos años, y su repetición constante pidiendo ayuda.
Saludé a una alma metida en un cuerpo rubio y fofo: una niña de no más de un año, que se divertía despeinando a su obeso y sudoroso padre, que lanzaba miradas demandantes de aprobación a su sonriente madre.
Dos almas se sonrieron, eran dos cuerpos bendecidos por una generosa caprichosa genética, él y ella bellos... se sonríen y se besan.
Vi un alma metida en un cuerpo negro, un alma que se asomaba en los ojos más bellos que hubiera visto en los últimos meses... y también los más tristes…
Me voy a Chicago
FOTO: Edificio Hancock Chicago
FELIZ FIN DE SEMANA
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