Mucho se ha criticado –para bien y para mal- el gran puzzle de historias que tiene la nueva película de Pedro Almodóvar “Los Abrazos Rotos”.
Los críticos de cine –profesionales y amateurs de esos que utilizan las frases hechas para dar su punto de vista- intentarán una exégesis –seguramente sin éxito- del propósito de Almodóvar con su película, que si un guiño a su propio cine, que si una “declaración de amor al cine en general” –en boca del mismo Almodóvar-, que si un intento desesperado porque lo secundario también sea protagónico, lo ciego también vea y lo ficticio sea real: “Me convertí en mi seudónimo”.
Los abrazos rotos me gustó, así, simplemente, por los personajes de siempre, por la maestría a la hora de mostrar imágenes, por una Penélope que cada vez es más actriz, (una verdadera obra de arte es la imagen doble de Penélope hablándole a José Luis Gómez), por una entrañable madre pueblerina encarnada por Ángela Molina, una Lola Dueñas que sabe leer los labios, una Blanca Portillo que no deja su aire inquisidor, y la frescura de Carmen Machi –que tampoco deja de ser Aída- diciendo: “A mi el sexo me gusta por el asunto de socializar”.
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