jueves, 20 de julio de 2017

UN CIUDADANO COMÚN


He saludado al conocedor profundo de los mil tonos amarillos, y alguna vez he cruzado unas palabras con el mejor contador de cuentos, alguien que sabe tejer historias sublimes, pero yo sigo fascinado con el peatón que está tranquilo con la indiferencia que el mundo le prodiga, con el hombre simple que nada anhela o desea y que simplemente respira y sonríe.
Soy un ciudadano común, un hombre que camina y otras veces va en una moto negra, y me parece acogedor ese escaso impacto social que mis pasos provocan, me gusta el privilegio del anonimato.
Me gusta pensar que el peatón que va a mi lado, pudiera ser un disector del cielo y un catador de mieles; un enamorado del olor de la tierra húmeda y un consejero del eterno baile del mar; un loco disfrazado de sabio y un genio en ciernes; y yo, un ciudadano común, estoy caminando a su lado.
A mi me conocen mejor los cines y los rincones anodinos que el oráculo de Delfos; encuentro destellos de lo que soy en las líneas sórdidas de los diarios de un pueblo, a mi me puede usted encontrar en las canciones cursis que arrancan lágrimas a las amas de casa, en los aviones oníricos ensangrentados y en el olor de un cuaderno nuevo.
Soy un ciudadano común, un ciudadano medio, ni siquiera un vagabundo (que algún misterio importante siempre he creído que esconden), cuando camino no hago girar miradas, y me parece bien. No llego a ser un motorista, sólo llego a niño pequeño que sigue jugando con su caballito de madera alimentado con gasolina.
Asiento al mundo como es y a los argumentos que en su escenario se representan, participo cuando me toca. No me han consultado para diseñar al mundo, no me voy a pelear con él.
Soy un peatón, un caminante, un hombre que va en una moto negra, un ciudadano medio que de vez en cuando es acariciado.

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