lunes, 1 de febrero de 2010
A LOS QUE SE QUEDAN
Raskolnikov besa de manera reverencial el pie de Sonia la joven prostituta, mientras le dice “Estoy besando al sufrimiento de este mundo”, una imagen que se abre en la nebulosa de mis pensamientos, como el sol arrebolado que sangra, que hace fuego en medio de unas nubes pertinaces. Es el ojo de una erupción volcánica derramándose con convicción y con nostalgia, mientras, detrás de una ventanilla se erige la fragilidad: estoy en el aire en este diminuto avión atravesando un cielo cruel, pájaro perfecto que busca una tierra colorada para aposentar sus garras, con la misma avidez que un pobre busca despojarse de la indigencia.
Una ciudad humedecida, unas luces rutilantes se desmoronan con desparpajo sobre la piedra rosada, mientras el domingo se arrastra y agoniza por las calles, concluyo que el veneno de la soledad ataca los domingos por igual a cualquier ser humano de cualquier sitio, el centinela rocoso que resguarda la ciudad, aparece y desaparece tras una veleidosa bruma que horada los recuerdos: hubo un tiempo que esta altísima ciudad del desierto, se despertaba cubierta de un vaho que te ensimismaba en los pensamientos, y te obligaba a caminar cabizbajo y presuroso con el fantasma de la campana de la escuela como matinal amenaza.
Mientras escribo esto veo que el Banco local ha regalado un bellísimo álbum de fotos titulado “A los que se quedan”, una selección de fotos de la Película homónima de Juan Carlos Rulfo, una elegía a millones de familias que tienen “hijos” en el extranjero, un homenaje a los que conscientemente han asentido al destino amordazándose a estas agrestes tierras.
“Vine a Zacatecas porque me dijeron que acá vivía mi padre un tal Pedro Páramo”, y la confusión que habita mi obstinada cabeza que confunde la vida y la literatura, se agranda con los cantos navideños surrealistas mientras miro que levantan y visten a dos niños dioses, custodiados por dos vírgenes Marías, dos San José, seis reyes magos, y muchos animalitos que reposan en un belén – nacimiento muy tardío y que además es solo preámbulo para una suculenta cena seguida de una partida de naipes con tahúres que no rebasan los 12 años.
El sol sale y evapora todos los fantasmas, surge un nuevo día, los rayos se aposentan diametralmente opuestos a los aguijones de los cactus, de pronto prevalecen los susurros que hablan de los nuevos estatus civiles: los que han nacido, los que se han casado, etc. atrás quedan los rezos tristes que se colgaban de las túnicas que viento confecciona a los recientes muertos, junto con los pesarosos cantos se encaraman a los milenarios cerros, allí reposarán en forma de brisa, y al menos durante el día Zacatecas no es Comala, y seguimos conviviendo vivos y muertos.
La única cosa fehaciente es que los viajes son una especie de secuestro, y que llegar a tu destino sin maleta es el epítome de que muchas veces al cuerpo le falta el alma, o al alma le falta el cuerpo.
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