Un cielo inclemente baña la ciudad con una lluvia pertinaz, el viento se estrella contra las frágiles ventanas, afilados apéndices se filtran por las rendijas, persiguen mi sombra, se enganchan a mis recuerdos, y aparece el verano lejano cuando yo era un bisoño aprendiz de la vida, que intentaba ser profesor de aquellos espíritus adolescentes a quienes llamabas hijos.
La fría humedad horada mis huesos y solo el torrente volcánico de mis recuerdos consigue un halo cálido en este frío invierno: lágrimas, risas, abrazos, encuentros, despedidas, comidas con manteles y sin manteles, análisis de la vida a través del teléfono.
No es importante cuantos años cumples, siempre serás joven viajera, madre incansable, precoz abuela.
No hace falta la excusa del invierno para volverme introspectivo y agradecido a un tiempo, por tantos años compartidos, porque siendo tan diferentes somos entrañables amigos.
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