Raskolnikov besa
de manera reverencial el pie de Sonia la joven prostituta, mientras le dice
“Estoy besando al sufrimiento de este mundo”, leo este trozo de “Crimen y
Castigo”, dejo caer la cabeza en el respaldo del estrecho asiento, del pequeño
avión de la efímera vida… a través de la ventanilla una imagen intensa disipa
la nebulosa de mis pensamientos, aparece un sol arrebolado que sangra, que hace
fuego en medio de unas nubes pertinaces; es el ojo de una erupción volcánica
derramándose con convicción y con nostalgia, mientras, detrás de la ventanilla,
en el respaldo del estrecho asiento, del pequeño avión, esta efímera vida
percibe la fragilidad: estoy en el aire en este diminuto avión atravesando un
cielo cruel, pájaro perfecto que busca una tierra colorada para aposentar sus
garras, con la misma avidez que un pobre busca despojarse de la indigencia.
A veces en el invierno, la desértica ciudad de Zacatecas se humedece, un capricho que interpreto como una ternura climatológica, y cuando se pone así, las luces rutilantes se desmoronan con desparpajo sobre la piedra rosada, mientras el domingo se arrastra y agoniza por las calles, entonces pienso que el veneno de la soledad ataca los domingos por igual a cualquier ser humano de cualquier sitio, hay un cerro con un imponente crestón llamado “El cerro de la bufa” que es como un centinela que resguarda la ciudad: aparece y desaparece tras una veleidosa bruma que horada los recuerdos: hubo un tiempo que esta altísima ciudad del desierto, se despertaba cubierta de un vaho frío, que me hacía caminar cabizbajo contraído debajo de la chaqueta, presuroso y acompasado por las tristes campanas de la catedral: había que llegar a la escuela.
Aquel domingo que estaba en Zacatecas y que escribí esto, tenía en mis manos un bellísimo álbum de fotos titulado “A los que se quedan”, una selección de fotos de la Película homónima de Juan Carlos Rulfo, una elegía a millones de familias que tienen “hijos” en el extranjero, un homenaje a los que conscientemente han asentido al destino enraizando sus pies y sus sueños a estas agrestes tierras.
“Vine a Zacatecas porque me dijeron que acá vivía mi padre un tal Pedro Páramo”, y la confusión que habita mi obstinada cabeza que confunde la vida y la literatura, se agranda con los cantos navideños surrealistas mientras miro que una humilde familia venera y canta a dos niños Jesús recién nacidos, una figurita por cada hijo, dos vírgenes Marías, dos San José, y seis reyes magos, un belén lleno de errores teológicos y pleno de aciertos amorosos. Ese belén – nacimiento es la excusa para una suculenta cena seguida de una partida de naipes con tahúres que no rebasan los 12 años y que apuestan sus paga dominical de 3 pesos.
A veces en el invierno, la desértica ciudad de Zacatecas se humedece, un capricho que interpreto como una ternura climatológica, y cuando se pone así, las luces rutilantes se desmoronan con desparpajo sobre la piedra rosada, mientras el domingo se arrastra y agoniza por las calles, entonces pienso que el veneno de la soledad ataca los domingos por igual a cualquier ser humano de cualquier sitio, hay un cerro con un imponente crestón llamado “El cerro de la bufa” que es como un centinela que resguarda la ciudad: aparece y desaparece tras una veleidosa bruma que horada los recuerdos: hubo un tiempo que esta altísima ciudad del desierto, se despertaba cubierta de un vaho frío, que me hacía caminar cabizbajo contraído debajo de la chaqueta, presuroso y acompasado por las tristes campanas de la catedral: había que llegar a la escuela.
Aquel domingo que estaba en Zacatecas y que escribí esto, tenía en mis manos un bellísimo álbum de fotos titulado “A los que se quedan”, una selección de fotos de la Película homónima de Juan Carlos Rulfo, una elegía a millones de familias que tienen “hijos” en el extranjero, un homenaje a los que conscientemente han asentido al destino enraizando sus pies y sus sueños a estas agrestes tierras.
“Vine a Zacatecas porque me dijeron que acá vivía mi padre un tal Pedro Páramo”, y la confusión que habita mi obstinada cabeza que confunde la vida y la literatura, se agranda con los cantos navideños surrealistas mientras miro que una humilde familia venera y canta a dos niños Jesús recién nacidos, una figurita por cada hijo, dos vírgenes Marías, dos San José, y seis reyes magos, un belén lleno de errores teológicos y pleno de aciertos amorosos. Ese belén – nacimiento es la excusa para una suculenta cena seguida de una partida de naipes con tahúres que no rebasan los 12 años y que apuestan sus paga dominical de 3 pesos.
La noche pertenece a los fantasmas, a las leyendas, a los relatos que escuchamos de los ancestros, a los ojos invisibles de todos aquellos que han habitado, amado y sufrido esta tierra.
Cuando el sol sale evapora todos los fantasmas, los rayos se aposentan
diametralmente opuestos a los aguijones de los cactus; los susurros sobre los
estatus civiles: los que han nacido, los que se han casado y los que han
muerto; sustituyen a los murmullos de la noche, a los rezos tristes que se cuelgan a las túnicas confeccionadas por el viento para sus queridos muertos; las preocupaciones diurnas se imponen a los pesarosos cantos nocturnos que al amanecer se encaraman a los milenarios cerros; allí reposarán
en forma de brisa, y mientras dure el sol Zacatecas no será Comala, será
simplemente Macondo.
Llegar a
Zacatecas sin maleta es el epitome de que muchas veces al cuerpo le falta el
alma, o al alma le falta el cuerpo.
2 comentarios:
Al teixit que confecciones s'hi veu un paisatge indescriptible, s'hi sent un estat d'ànim difícil d'explicar...Estimat teixidor de paraules: s'hi palpa el teu punt d'encaix.
Publicar un comentario