Fue en una feria del libro de Guadalajara en México, donde causó una
desagradable impresión el hecho de que el entonces candidato favorito en las
encuestas para presidente de México Enrique Peña Nieto, no supiera decir tres
libros que le hubiesen inspirado en la vida, y que al mencionar un título, no
supiera con certeza el autor del mismo.
No es ninguna novedad que políticos
importantes carezcan de una mínima cultura, George Bush hijo es el epitome de
todos ellos.
Es evidente que a un político se le elige no por los libros que ha leído
sino por su capacidad de liderar los ideales de un pueblo, pero hay un mínimo de
cultura que debería tener quien ostenta un cargo político importante.
Me resulta gracioso que muchos políticos, desde la ex ministra española
Magdalena Álvarez, la líder magisterial mexicana Elba Esther Gordillo y hasta el
presidente Ecuatoriano Rafael Correa, se hayan hecho eco de la frase apócrifa
atribuida a Alonso Quijano: “Si los perros ladran Sancho, es que vamos
caminando” pues es una frase que no aparece en ninguna parte del Quijote, es una
buena frase, pero no es de Cervantes.
Hago un paréntesis para mencionar que Bertolt Brecht ha sido muy
popularizado por atribuirle unas bellas palabras que en realidad escribió Martín
Niemoeller :
"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era
comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no
hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no
hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no
quedaba nadie que pudiera hablar por mí".
Vamos, que ni el Quijote escuchó ladrar a ningún perro, ni nadie fue a
buscar a Bertolt Brecht.
Quien si tuvo ganas de escuchar ladrar a los perros es el personaje
principal de esa obra magistral de cuatro páginas escrita por Juan Rulfo “NO
OYES LADRAR LOS PERROS” un breve cuento que condensa una tragedia desgarradora,
en la cual un hombre viejo lleva sobre sus hombros a un hijo criminal herido, a
la luz de la luna camino al pueblo donde puedan darle atención médica. Es
conmovedor como en cuatro páginas consigue transmitirnos un mundo interior
trágico donde se mezclan el rencor « ¡Que se le pudra en los riñones la sangre
que yo le di! » y la ternura ante las palabras de ese criminal que tiene por
hijo y que va sobre sus espaldas cuando dice “Tengo sed”. Una pequeña obra que
nos hace sentir como si el escenario exterior bucólico y lóbrego, fuese una
emanación de esa poderosa realidad interior que viven los personajes.
Cuando ven a Tonaya a la luz de la luna, el viejo descarga sobre una acera
el cuerpo de su hijo, y es entonces cuando puede por fin oír -porque tiene los
oídos libres- que por todas partes están ladrando los perros, y el cuento
termina con una pregunta y un reproche final de infinita amargura:
¿Y tú no los oías, Ignacio?... No me ayudaste ni siquiera con esta
esperanza.
Sin duda estamos en una época en la que los políticos leen poco, y mucho
menos nos dan la esperanza de avisarnos cuando se ponen a ladrar los
perros.
Hoy, ese hombre que no supo mencionar tres libros que le marcaran, es presidente de un gran país, un país con una historia y una cultura invaluable; un país que a pesar de sus problemas puede considerarse un sitio privilegiado para vivir.
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