lunes, 6 de diciembre de 2010

UN DEMIURGO PARA EL DESIERTO



El semidesierto que antaño podían disfrutar mis ojos se encuentra entre Zacatecas y Nuevo León, extensas planicies embellecidas con cactus, matorrales y tierra colorada. También un lugar de peregrinaje para los que buscan hacer viajes psicodélicos con el Peyote, pues a medio camino está el mítico Real de Catorce.

Conducir a través de aquellas carreteras –sobre todo al atardecer- te convertía en testigo un espectáculo de luz inefable, una belleza simple, una diáspora que al despedirse en los últimos destellos parecía el canto de un misterioso Demiurgo.

Esa sensación de belleza prístina volví a vivirla en fuerteventura, con sus tierras desérticas que acababan en dunas a la orilla de un mar de tonalidades turquesas, y que dejaban la sensación de que ese Demiurgo benévolo insistía en que la felicidad entrara por mis ojos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces, el planeta nos brinda momentos de los que nos sentimos orgullosos de vivir en él (lo que debiéramos hacer siempre, no obstante).

podi-.