martes, 5 de octubre de 2010

QUE LAS PALABRAS ME SALVEN



Me levanté del diván modulando mis movimientos con una parsimonia inusitada, le dejé los 100 pesos en la mesa, le di la mano, le dije “muchas gracias, creo que ya no volveré”. Me despedía de nueve años de psicoanálisis.
Se terminaba el año dos mil y el psicoanalista me había pedido que le hiciera un recuento de las cosas trascendentes que había hecho en ese año, me quedé 20 minutos en silencio, le dije: “creo que no he hecho nada importante”.
Conducía mi coche con una desconocida tranquilidad, la lluvia rodaba por los cristales, imagino que mi cara desafiaba la gravedad para no derrumbarse en trozos...la soledad me besaba. Quizás lo que necesitaba era más tiempo y más silencio, pero ya sabemos –por boca de Woody Allen- que Edipo transformó las horas en 50 minutos de 100 dólares, en mi caso, 50 minutos de 100 pesos. Pues después de un buen rato de tener mi coche aparcado, con la lluvia como testigo y teniendo a Chopin como música de fondo (ese eterno premenstrual), me di cuenta que en ese año, leí todo lo que se había publicado de algunos escritores que se han convertido en guías para vivir: Dostoievski, Gore Vidal, Susan Sontag, Margerite Yourcenar, Paul Auster, Philip Roth...
La primera obra que leí de Auster fue: “La invención de la soledad”, fue empezar el libro y no detenerme hasta el final, me pareció una obra honesta, un tributo a la paternidad, pues lo empezó a escribir justo el día que murió su padre. Lo mismo que Patrimonio de Philip Roth el eterno aspirante al Nobel (me consuela saber que a Borges tampoco se lo dieron, ni a Rulfo). Patrimonio es un relato verdadero sobre los últimos días de su padre, me conmovió profundamente , creo que podría adoptar ese libro como un testamento vital. Philip Roth nos muestra la fragilidad masculina, sus personajes son fallidos, descarnados, reales, desamparados. Si retrató una nación, lo hizo mirándose en el espejo. Me repito la línea final de 'Patrimonio', el libro más devastador que conozco: "No hay que olvidar nada", y la hilo con otra de sus frases: "la vejez es una masacre".
Aquel día me levanté del diván, y hoy estaría dispuesto a volver a estirarme en él.
La literatura ha ayudado a ordenar mi caos, puede ser que ahora tenga una mente más libre, quizás más lúcida. Sin embargo, tanto si me vuelvo a estirar en un diván o no, tengo claro que si un día estuviera en un momento difícil, ya sea por enfermedad, tristeza o por ser víctima del azar, quiero que no me falten palabras, escritas por otros, tejidas por mi... da igual, son las palabras las que me han ayudado a disfrutar (y a veces soportar) el misterio de vivir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...Y las palabras están dentro de nosotros.

PODI-.