El cuerpo perfecto y moreno de Michel Foucault se resiste a derrumbarse, un hongo horada lentamente su vitalidad, sus pulmones tienen que hacer grandes esfuerzos para proveer el oxígeno que le permita seguir alimentando sus músculos, sin embargo, él se resiste a dejar las pesas, no quiere dejar de tomar el sol, quiere permanecer joven, con piel aterciopelada.
En la habitación del hospital Saint Michel no hay espacio para todo el saber que ha prodigado a la humanidad: sociología, psiquiatría, política, economía, sexualidad, etc. allí solo quedan un abdomen con una musculatura marcada, un cuerpo esbelto que se mueve con dificultad presa de un cansancio difícil de combatir y una mente que sobrevive a la catástrofe personal, al SIDA, enfermedad a la que Susan Sontag, la entendería posteriormente como una metáfora.
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