miércoles, 11 de enero de 2017

LA MÚSICA DE FICHTE, EL RIGOR DE HAYDN



Saramago decía que si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada.
Hace unos días me encontraba leyendo a Fichte en un barrio sórdido de Zacatecas, una ciudad enclavada en el desierto mexicano, dado como soy a las analogías, pensaba en la pobreza material de mi padre que abandonó el agreste campo siendo un niño para ir a la ciudad a estudiar, de la mano de su hermano mayor, también niño. Y empatizaba también con la pobreza de Fichte que le llevó a cuidar gansos para ayudar a su familia. Fichte el hombre, el mamífero que prescindió del concepto Kantiano de “la cosa en sí” para atribuir y asentar su realidad en su propia conciencia; de tal manera que las percepciones atribuibles a la realidad exterior, no eran más que arborescencias del propio sujeto. Mientras leía eso, tres hombres eran asesinados a tiros en una calle cercana del barrio donde leía, Fichte me salvaba de aquel momento cruento, lo más importante en ese momento era mi realidad interna, como seguramente lo ha tenido que ser para muchas personas empobrecidas de México, para todos los que han sido víctimas de la violencia, mamíferos depredadores que cortan cabezas a sus congéneres.
H
acer sólido el proceso cognitivo personal era y es una herramienta que ayuda a superar las percepciones de un mundo exterior cruel y muchas veces violento.
Leía en un estado casi hipnótico, consciente que en ese momento estaba inmerso en los aspectos más ínclitos del ser humano, y que sin embargo, socialmente me encontraba en una casa y en un barrio de una ciudad que está fuera de la contabilidad de los hechos sociales importantes. Fichte le daba sentido a la pobreza superada por mi padre, a la realidad sórdida del México violento y a mi neurosis de clase.
Una semana después, asistí a una conferencia de un sabio contemporáneo Ramón Andrés: "El clasicismo vienés: Haydn, Mozart, Beethoven". La mayoría de los asistentes éramos inexpertos en musicología, pero Ramón Andrés consiguió transmitirnos su mensaje apasionado y didáctico, con su voz tranquila y sus manos que terminaban de explicar lo que sus palabras decían.
Me impactó que hiciera un paralelismo entre Fichte y Haydn, el músico que ofrece el engranaje básico para la sinfonía, y que apegado al rigor, compone su obra siempre desde un fenomenalismo subjetivista, se trata de un YO, rico, sumamente prolífico quien dota de sentido a la realidad musical aparentemente exterior.
Empezaré a escuchar más música de Haydn, ha sido fácil quedarse en la “escena” de Mozart y en el producto perfecto y elaborado que es Beethoven. Por cierto, podemos considerar a Hegel el producto elaborado del idealismo alemán, y ambos nacieron en 1770.
Con sus palabras,  Ramón Andrés, nos hizo percibir los diálogos en el contrapunto musical, nos hizo entrar en figuras, formas y sensaciones, y me fascinaba de manera paradójica experimentar en mí al mamífero predador y depredador elaborando y disfrutando un sistema conceptual tan superior como es la música. Beethoven aseguraba que “La música es una revelación más alta que la ciencia o la Filosofía”, quizás tenga razón.
También dijo Ramón Andrés que Bach es el Leibnitz de la música, pero hoy no hay tiempo para lo Perenne.

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