lunes, 16 de enero de 2017

CAMUS Y CARVER A MANERA DE CONSUELO

Un extático Camus, deleita a nuestro ser que entiende, nuestro ser que siente, nuestro ser que contempla, con estas palabras:
“...singular instante... en que la felicidad nace de la ausencia de esperanza, en que el espíritu encuentra su razón en el cuerpo. Si es cierto que toda verdad lleva consigo su amargura, lo es también que toda negación contiene una floración de “sí”. Y este canto de amor sin esperanza que nace de la contemplación, puede figurar también la más eficaz de las reglas de acción”.
El sabio es el que ha dejado de sufrir, labor que a veces resulta heroica, porque el primer paso de la sabiduría es llevarse bien con la incertidumbre, con la contradicción del hecho de existir, con las cosas que resultan complicadas de digerir para un contingente y terrestre estómago. Hay momentos complicados en los que solo podemos quedarnos en silencio absoluto, de pensamientos, de sentimientos y dejar que eso que sostiene la vida, sea lo que sea, nos marque el ritmo, indique el camino. Esa oportunidad de hacer silencio es muchas veces lo único que tenemos para ofrecer a muchos seres humanos asustados y solos en esta tierra de nadie, a los cuales, pedirles que mantengan la esperanza, es pedirles un imposible. A ellos sólo podemos acercar el corazón. Decía Martín Luther King “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, hay que permanecer al lado de ellos, en silencio. Dice Benedetti: “Quién lo diría, los débiles de veras, nunca se rinden”.
Muchas veces quisiéramos tener palabras para consolar a los tristes que nos son cercanos, encontrar el gesto correcto que les permita recuperar el sentido para las cosas absurdas, especialmente cuando aquellos a los que queremos parecieran personajes de “PRINCIPIANTES”, ese bello libro de Raymond Carver, un catálogo de historias rotas, de personajes absurdos, de personas solas que conviven con la decadencia, con la muerte, etc. Paradójicamente, la lectura de Carver, -lo mismo que los cuadros de Hopper-, tienen una belleza colateral. Los avezados en psicología nos recordarían que Viktor E. Frankl ya le puso un nombre a eso: “La intención paradójica”, hoy quiero prescindir de conceptos, prefiero dejar que la realidad cruda, el silencio absoluto, haga que se manifieste aquello que sostiene la vida y que sin duda es esperanzador. Porque muchas veces no tenemos que ofrecer al doliente nada que valga tanto como nuestro silencio y nuestra presencia.
La esperanza es el sueño de los que estamos despiertos.

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