lunes, 19 de diciembre de 2016

JUBILADO



Cuando el médico me preguntó cómo me estaba sentando la jubilación dije que bien, pero fui plenamente consciente de que el ligero temblor de mi cabeza quería decir: “una puta mierda”, ciertamente el médico utilizaba un tono de voz que me daba la impresión que se estuviese dirigiendo a un personaje imaginario, a un estereotipo de jubilado que por fin tiene todo el tiempo del mundo para hacer todas las cosas que hasta ahora no podía: aquagym, recoger a los nietos de la escuela, cocinar para la familia, pasar el rato por las mañanas en el parque con los amigos... “me niego a eso, pensé, además no tengo nietos”, pero seguí sonriendo con una dulzura fingida, correspondiendo al personaje imaginario al cual se dirigía el médico y que exigen los códigos sociales. Eso si, desde niño el cuerpo me delata, me aparecían tics bizarros, cuando mi padre me obligaba a confirmar que él tenía la razón en aquello que me había reprendido; ya siendo adolescente, tuve un tic facial cuando supe que mi novia me había sido infiel, pero me convenció que solo había sido algo físico, que su corazón me pertenecía, no le creía pero tenía miedo de perderla, así que mi cara vino en mi auxilio enarbolando la protesta con un tic grotesco.
Finalmente estoy jubilado y he gastado la mayor parte de mi vida trabajando en algo que me importaba bien poco, y no tuve valor para salir de la rueda, así que el anhelo de dedicarme a lo que realmente me gusta quedó guardado en el cajón donde están acumuladas las nóminas.
No sé si pueda empezar de nuevo y reinventarme, tengo una amiga que encontró su vocación a los cincuenta, pero dudo que yo a mis sesenta y tantos, tenga la misma tenacidad que ella ha demostrado, pues no solo le ha puesto un título a su vocación, también ha superado un cáncer “así porque así” con dos cojones y pasando por encima de los dictámenes médicos.
Tengo sesenta y pocos y estoy jubilado, espero también estar al inicio de mi relato.
FOTO: CABEZA DE VIEJO - Piotr Litvinski

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