El domingo vi a una anciana con su silla de ruedas aparcada en medio del paseo peatonal de la avenida diagonal, el sol le pegaba en la cara, ella simplemente cerraba sus ojos, supongo que disfrutaba del calor que recibía, estaba cubierta con una manta desde el cuello hasta los pies, lo cual la convertía en un bulto al que le daba la cara al sol con los ojos cerrados. A su lado había una silla de ruedas vacía, era una imagen curiosa. Imaginé su tristeza, que como la mayor parte de las tristezas de este mundo, no tienen ningún tipo de trascendencia, ni son publicables, pero allí están presionando corazones.
A su alrededor había patinadores, maratonistas en ciernes, parejas dominicales paseando con los niños antes del vermú. Todas las pequeñas y grandes tristezas que paseaban en patines, en bicicleta, que emanaban con el sudor de los que corrían, todas se arremolinaron en un momento sobre la cabeza de aquella anciana, dieron un ligero aleteo y se evaporaron.
FOTO: Detalle de una escultura de la avenida diagonal de Barcelona.
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