Saber relativizar es una de las actitudes que nos permiten en la medida de lo posible surfear nuestra vida con cierta libertad espiritual. Relativizar es observar la realidad con unos aspectos que nos permitan atenuar su importancia, en inglés, “RELATIVE” es un familiar, me gusta jugar con esta sutileza del lenguaje, relativizar consiste también en hacerte “hermano”, un familiar de la realidad, saber flexibilizarte ante lo que ocurre.
¿Cómo vamos a enfocar una realidad cambiante con la mente rígida? Krishnamurti
Para poder
relativizar necesitamos ser conscientes de que todo cambia, todo es
transitorio, una de las características de la existencia es “NO PERMANECER”.
Todo lo que amo, atesoro, todo lo que tiene un gran valor para mí, este momento
familiar, esta relación, este trabajo tan estupendo, esta salud de hierro…
puede desaparecer en un instante.
Este dolor, esta dificultad, esta persona cuya presencia me agobia, esta
situación tan absurda, no será para siempre.
La naturaleza, con la circularidad de las estaciones nos pone de manifiesto la
impermanencia, la vida con sus constantes nacimientos y muertes, nos coloca en
un contexto superior donde lo que está vivo y lo que está muerto para nuestros
ojos son lo mismo, o pertenecen a una realidad mayor.
“Las cosas surgen y él deja que
vengan;
La cosas desparecen y él deja que partan.
El maestro tiene, pero no posee;
actúa, mas no espera nada”
(Tao)
Nuestra mente tiende a juzgar todo aquello que nos sucede, y si lo que ocurre nos gusta, nos apegamos y nos identificamos con él: nuestra imagen, nuestros éxitos, nuestras posesiones, nuestras vacaciones, etc. Por el contrario, cuando lo que ocurre no nos gusta entonces empezamos una resistencia que generalmente nos genera dolor.
Todas las culturas tienen narraciones que relativizan las situaciones humanas, hoy quiero compartir una narración de la cultura China.
"Una
historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para
cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los
vecinos del anciano labrador se acercaban para condolerse con él y lamentar su
desgracia, el labrador les replicó: '¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?'
Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una
manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por
su buena suerte. Este les respondió: '¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién
sabe?'
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes,
cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia.
No así el labrador, quien se limitó a decir: '¿Mala suerte? ¿Buena suerte?
¿Quién sabe?' Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados
todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al
hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena
suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
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