martes, 25 de junio de 2019

THALÍA LA MUSA DE LOS VAGABUNDOS

Hace unos diez años que saludo a un vagabundo por el barrio, siempre me explica la misma historia en inglés: que es de Hungría, que perdió su pasaporte y por eso no puede volver a su país, luego de recibir, algún cigarrillo o el importe del menú del día se despide, para encontrármelo nuevamente una semana o dos después y volver a explicarme lo mismo. Tiene una manera de andar pausada y errática, sus cabellos son desaliñados, viste con harapos y el aire, la contaminación, el sol y las miradas de repulsa que recibe han esculpido un rostro férreo y avejentado, aunque no pasa de 50 años tiene una silueta de anciano. Nunca me pregunta nada sobre mí, y me parece bien, me devuelve una dosis mínima de la gran indiferencia que su cerebro distraído y sus pequeños deseos reciben de la ciudad.
Sin embargo, ayer me preguntó de donde era, al saber que era mexicano, sacó su teléfono móvil y le vi sonreír por primera vez en muchos años: sonaba la canción de Thalía “no me acuerdo” y me dijo que también le gusta Paulina Rubio. Se puso a tararear “Pero no me acuerdo, no me acuerdo, Y si no me acuerdo, no pasó, Eso no pasó”. Luego me pidió unas monedas y se fue arrastrando sus pasos, un anawim, un pobre que nada tiene, pero que quizás no espera ya a ningún salvador como esperaban los anawim de Israel, él solo espera que alguien escuche su sufrimiento por no tener pasaporte que le lleve a su casa y que le de cigarrillos y monedas para comer.
Los vagabundos siempre me han fascinado, muchos de ellos tienen familia, solo basta recordar la indigente que quemaron unos bárbaros en Barcelona hace diez años, o el poeta Raimundo, un brasileño vagabundo durante 35 años, se sentó todos esos años en el mismo rincón de Sao Paulo antes de ser conocido y reconocido "La esperanza es la carga más pesada que un hombre puede llevar, esa es la desgracia del idealista". -Raimundo Arruda Sobrinho.
Dudo que el vagabundo al que yo conozco llegue a ser una persona importante como Raimundo, sin embargo, anhelo, que un plano de la existencia que yo no puedo percibir en este momento su vida tenga sentido.
Siempre que le veo, pienso que yo también, de alguna manera soy un vagabundo, me gusta caminar perdido en el anonimato de esa gran ciudad, y recuerdo las palabras del poeta mexicano Jaime Sabines: “Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadáver sea respetado”.

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