Hace unos diez años que saludo a un vagabundo por el barrio,
siempre me explica la misma historia en inglés: que es de Hungría, que perdió
su pasaporte y por eso no puede volver a su país, luego de recibir, algún cigarrillo
o el importe del menú del día se despide, para encontrármelo nuevamente una
semana o dos después y volver a explicarme lo mismo. Tiene una manera de andar
pausada y errática, sus cabellos son desaliñados, viste con harapos y el aire,
la contaminación, el sol y las miradas de repulsa que recibe han esculpido un rostro
férreo y avejentado, aunque no pasa de 50 años tiene una silueta de anciano.
Nunca me pregunta nada sobre mí, y me parece bien, me devuelve una dosis mínima
de la gran indiferencia que su cerebro distraído y sus pequeños deseos reciben
de la ciudad.
Sin embargo, ayer me preguntó de donde era, al saber que era
mexicano, sacó su teléfono móvil y le vi sonreír por primera vez en muchos
años: sonaba la canción de Thalía “no me acuerdo” y me dijo que también le
gusta Paulina Rubio. Se puso a tararear “Pero no me acuerdo, no me acuerdo,
Y si no me acuerdo, no pasó, Eso no pasó”. Luego me pidió unas
monedas y se fue arrastrando sus pasos, un anawim, un pobre que nada tiene,
pero que quizás no espera ya a ningún salvador como esperaban los anawim de
Israel, él solo espera que alguien escuche su sufrimiento por no tener
pasaporte que le lleve a su casa y que le de cigarrillos y monedas para comer.
Los vagabundos siempre me han fascinado, muchos de ellos tienen familia,
solo basta recordar la indigente que quemaron unos bárbaros en Barcelona hace
diez años, o el poeta Raimundo, un brasileño vagabundo durante 35 años, se sentó todos esos años en el
mismo rincón de Sao Paulo antes de ser conocido y reconocido "La
esperanza es la carga más pesada que un hombre puede llevar, esa es la
desgracia del idealista". -Raimundo Arruda Sobrinho.Dudo que el vagabundo al que yo conozco llegue a ser una persona importante como Raimundo, sin embargo, anhelo, que un plano de la existencia que yo no puedo percibir en este momento su vida tenga sentido.
Siempre que le veo, pienso que yo también, de alguna manera soy un vagabundo, me gusta caminar perdido en el anonimato de esa gran ciudad, y recuerdo las palabras del poeta mexicano Jaime Sabines: “Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadáver sea respetado”.
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