jueves, 8 de junio de 2017

STEPHEN CRANE O ESCRIBIR PARA NO MORIR

La literatura ordena el caos, nos permite la expresión de la palabra, estamos acostumbrados a verla escrita, pero la literatura también ha sido cantada y expuesta mediante muchos símbolos. La mayoría hemos sido más lectores que escritores, en mi caso puedo decir que he sido un apasionado lector, temporadas más, temporadas menos. La anécdota de que me caí en una zanja o me tropezaba con la gente por ir leyendo cuando era adolescente, es un mito familiar alimentado y exacerbado por alguna anécdota real, confieso que incluso ha habido temporadas en las que la literatura (como lector) ha sido lo único que les ha dado sentido a mis pasos. Muchas veces al terminar de leer una novela me emociona al experimentar esa especie de nostalgia por estar viviendo dentro del libro unos días, y de pronto, al estar obligado a salir, constatar que el libro ha sido un desierto, un monasterio, una clausura, una ventana entre las manos; una forma de nuestro derecho al silencio.

Como muchos, he soñado con que un día aportaría algo al cuerpo escrito de la literatura, y he estado muchas veces poniéndole palabras -por ejemplo- a la lluvia, intentando decirle algo bonito, intentando tejer palabras sobre lo que anida dentro de un corazón, intentando hacer poesía, como Tranströmer, quien dice que "Un poema no es otra cosa que un sueño en la vigilia", a mí, que me gusta tanto la lluvia, digo: “la lluvia es la vigilia de la vida”. 

Un día lluvioso vi a una chica caer de una moto, lloraba sobre el asfalto, no se hizo gran daño, era como una florecilla de esas que crecen en las rendijas de los adoquines, flores urbanas de esas muchas de las que Stephen Crane se quedó con ganas de novelar, porque Stephen Crane murió joven, una flor del asfalto que murió con tan solo 28 años de tuberculosis, Crane no pudo escribir la historia del banquero enamorado del chico de quince años, y a mí me llegaron los 28 años sin sentirme escritor, muerto y sin tener ganas de morirme, “La muerte es ese lunar que crece a distinta velocidad en todos”, una vez más… Tranströmer.

Un fascinante Edmund White, nos noveló ese relato del banquero enamorado de un chico de quince años, en el libro: “Hotel de Dream”. En él, White narra los últimos días de Stephen Crane cuando enfermo de tuberculosis le dicta a su mujer un relato sobre la obsesión de un banquero por un chico de quince años en el Manhattan finisecular.

Edmund White consigue un relato conmovedor, y aun siendo ficticio – pues solo hay pequeños indicios de que Stephen Crane habló sobre ese chico alguna vez con su editor, nada más-, consigue que podamos entender el apasionamiento de Stepen Crane, su facilidad para transformar lo cotidiano de Nueva York en relatos bellísimos, para encontrar belleza incluso en personajes patéticos, tanto que pensaba titular uno de sus libros “Flores del asfalto”.

Disfruté desde la primera línea, contuve la respiración con un Stephen Crane muriendo exhausto de toser, agotado por la fiebre, aniquilado por el dolor. Estuve ansioso como su esposa preguntándome por el destino de cada uno de los personajes del relato “Del chico pintado”, pues es otra de las virtudes de este libro, de alguna manera introduce a los escritores imberbes en la belleza y dificultad del proceso creativo.

Uno escribe para ordenar el caos, o quizás uno escribe porque cede y se pone al servicio de las palabras, aunque un día leí por allí que uno escribe para que le quieran más sus amigos.

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