martes, 1 de marzo de 2016

UN DOMINGO CON LOUIS VUITTON


Me senté en la única mesa que estaba libre en aquella terraza en primera línea de mar de la Barceloneta, en esa tarde de finales de marzo había una persona por mesa, había sol... SOL EDAD, seguramente los domingos en todo el mundo son así, personajes solitarios que intentan sobrevivir con dignidad al vacío de los domingos.
Pedí una cerveza sin alcohol, que tengo ochenta años y de vez en cuando debo hacer un gesto contrito de bondad, al escuchar mi petición, la camarera no acertaba cual actitud asumir: benevolencia, repulsa, afecto fingido...
Supongo que el espectáculo de una luz primaveral en un mar todavía invernal era el motivo de aquel silencio, de aquella introspección de todos los ocupantes de la terraza... o quizás simplemente intentaban sobrevivir en silencio -como cualquier ser humano- a lo sórdido de un domingo.
Una mujer nos sacó a todos del estupor, se acercó con pasos tan firmes que los presentes nos dimos cuenta que se sentía dueña del suelo que pisaba, saludó con dos besos al hombre que la esperaba, se sentó majestuosamente, dejó su maleta al costado, una maleta que era de la misma marca que su pañuelo, su bolso y sus gafas de sol... seguramente ella sobrevivía mejor al absurdo dominical: “tengo una marca, luego existo”.

No hay comentarios: