lunes, 6 de abril de 2015

EN LOS AÑOS OCHENTA

En los años ochenta conocí al presidente de México, a ese mismo que prometió defender la moneda mexicana como “un perro” y que luego su mansión fue llamada “la colina del Perro”, le conocí unos meses después de que me rompí el codo derecho, dicen los que todo lo interpretan que seguramente era un niño demasiado inquieto al cual le limitaban su radio de acción, debido a esa fractura aprendí a escribir con la mano izquierda, por cierto un letra ilegible, pero al volver a escribir con la mano derecha, mantuve la letra ilegible hasta nuestros días. Es una letra que respeta la línea, aún si esta no existe, que tiene pocos exabruptos, escribo palabras que al leerlas se han de reinterpretar continuamente.
En los años ochenta me di cuenta que éramos muy pobres y diseñé mis planes para vivir, a los cuales sigo siendo fiel: hasta los 20 aprender, hasta los 30 especializarme, hasta los 40 disfrutar de todo, hasta los 50 escribir cosas y después hacerme rico.
En los años ochenta mi padre nos llevó a la capital del semidesierto, a Zacatecas, y nos pusimos a vivir en el cerro, hacinados, empobrecidos, pero nunca pusilánimes. La pusilanimidad no existe en mi diccionario, eso a pesar de que empecé a gestionar mi riqueza trabajando a los doce años en una lavandería.
En los años ochenta mi compañero Alejandro me dijo que con tres vueltas que le diera corriendo al parque de la encantada, dejaría de ser gordo, no le hice caso, seguí siendo gordo, no me dio recetas para dejar de ser cegatón y torpe. ¡Que sabio Alejandro! Me dijo que me hiciera muchas pajas al día, que con eso me haría muy hombre, aún sigo esperando el resultado. Alejandro, ejerció de sparring para ahuyentar mi temor: ¡Yo le había cerrado la puerta en las narices al más bravucón de los niños!. “Me va a madrear” dije, “aunque te pegue, dale un empujón que tu eres gordo” dijo él.
En los años ochenta saqué buenas notas, bailé en los festivales, declamé poesías cursis, hice discursos delante de niños y políticos, y decidí que un día me marcharía de Zacatecas.
En los años ochenta, fui presidente de la sociedad de alumnos de mi escuela, conseguí que los cines de Zacatecas nos hicieran un cincuenta por ciento de descuento, aunque tuve que pasar la vergüenza de haber perdido las credenciales de los casi 400 niños, seguramente se fueron a la basura junto con alguna revista pornográfica lanzada intempestivamente. Organicé concursos, festivales, rifas, conseguí que profesores y padres se sentaran con los niños a planear cosas...tenia 12, 13, 14, 15 años y trabajaba. Es decir, nunca me ha faltado dinero.
En los años ochenta milité en un partido político, en el PRI, pues en esa época todos éramos PRIISTAS y CATÓLICOS, Priístas no creyentes y católicos no practicantes, tenía 14 años, me di de baja del PRI “por razones de coherencia” a los 15, porque Miguel de la Madrid había prometido una “renovación moral de México” y yo a mis quince años no veía nada, fue en ese entonces cuando siendo líder fui recibido por el gobernador del estado, me recibió más bien como quien recibe a una atracción de circo: un niño metido en política. Le saqué una beca, ¡Una bendita beca!.
En los años ochenta le di la espalda a las conversaciones con mi padre. No las recuperé hasta después de muchos años, en los años ochenta mi madre me hizo llorar, cosa que he olvidado, olvidar no es ignorar, es apartar la mirada de lo que te impide caminar. Con el tiempo, mis padres se han convertido en los mejores compañeros de viajes y de viaje.
En los años ochenta y teniendo tan solo 16 años entré a la facultad de medicina. Seis de la mañana, clase de anatomía, en esa época era más veleidoso de lo que soy ahora, y preso de un éxtasis similar al de Teresa de Ávila intenté hacerme cura... si volviera a nacer volvería a entrar... y me volvería a salir: latín, griego, francés, inglés, piano, guitarra, literatura, todo lo que a mi pobre formación en la escuela pública le faltó lo suplió el seminario. Como anécdota, el Obispo de la época –que luego llegó a ministro de salud del vaticano- envió una lista de libros prohibidos: ¡Bendita lista¡, gracias a ella y a un cura rojillo que era nuestro profesor de Sociología y Francés conocimos a todos los autores prohibidos.
En los años ochenta, leía como un tornado: psicólogos, filósofos, novelistas, a finales de los ochenta me marcaron profundamente Freud, Víktor Frankl, Carl Rogers, Abraham Maslow, Samuel Hahnemann, Eric Berne, Schopenhauer, Nietzche, Kierkegaard, Gabriel Marcel, Jean Paul Sartre, etc.... una época en la que también tuve los anhelos suicidas de Kawabata, Mishima, Virginia Woolf, Hemingway, Cesare Pavese... seguro quería morir porque todavía no sabía de este momento en el que estoy escribiendo.
En los años ochenta, justo el día de mi cumpleaños, una bellísima chica (que sigue siendo muy bella) me pidió que fuera su novio, le dije que si, me cogió la mano en el cine y me dio un beso en la boca, a los pocos días me dejó, es decir todo lo hizo ella, menos nuestra amistad, que la hemos construido los dos y permanece alegre y fresca.
En los años ochenta, era mucho más enamoradizo de lo que soy ahora, en los días actuales los enamoramientos me duran tres días, son más bien caprichos, en los años ochenta eran pasión pura.
En los años ochenta me fui con mis hermanos en un destartalado coche volkswagen a conocer el mar, diez horas de viaje, que no olvidaré nunca, en los años ochenta, como ahora, lo más importante eran mis hermanos.
Perdonad mi arrogancia, pero como dijo Faulkner: "Si yo no hubiera existido, alguien me habría escrito".
FOTO: En esta humilde casa crecí con mis cuatro hermanos.

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