La luz entraba con dificultad a través de una pequeña ventana que daba al nivel del pavimento en aquel sótano habilitado como vivienda, es la calle 26 en Chicago, cerca de “La Villita”. La imitación madera en las paredes, la alfombra marrón, solo son contrastados con aquella música juguetona: “senderito de amor”. Dorotea y Ángel bailan con pasitos cortos y miradas amorosas, ella sonríe como una adolescente, él la mira como diciendo: “contigo sí”. A Dorotea y a Ángel, los años se les echaron encima, como niños traviesos, los cuentan ya casi por sesenta.
Ella dice que extraña México pero que le gusta Chicago, y aquí se queda.
Él dice que extraña Colombia y que no le gusta Chicago, pero le gusta Dorotea.
Ella dice que si Medellín es tan violento como la película que acaban de ver, le dará mucho miedo ir, ya bastante tenía con la colonia Buenos Aires de la ciudad de México.
Él dice que Fernando Vallejo está amargado y el que hizo la película más, que no todos son sicarios.
Ella bebe un poco de tequila y le pide que ponga otra vez la canción pero en voz de Pedro Infante, que es la de la película.
El bebe un poco de aguardiente “guaro”, guarda el disco de Julio Jaramillo y le hace un guiño: “Ay los mexicanos, son unos sentimentalones, y nacionalistas post mortem: ....si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí...”
Ella no entiende eso de “post mortem” y gesticula con la boca, como hacen los niños regañados, pone su mano en la cintura esperando el baile.
Él la abraza con ternura y le aparta el pelo de la cara: “las mujeres con los cabellos en la frente no tienen las ideas claras”.
Ella dice que todavía no entiende como acabó trabajando en una fábrica de lápices, si siempre trabajo en la máquina de coser.
El se ríe mucho de ella cuando se entera de que frecuentemente, el conserje de la fábrica encuentra un lápiz partido en dos.
Ella dice que por culpa de esa fábrica ella ha vuelto a llorar muchas veces con los recuerdos, y que sus hijos le dicen cariñosamente “tontita”, su hija Andrea le dice: “amemos el pasado, porque si es pasado hemos sobrevivido”.
El le dice que ella es como un lápiz, una alma de grafito que no se ha mezclado con arcilla, y un cuerpo de buena madera que se ha ido puliendo con el tiempo.
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