En la antigua Francia los escultores trabajaban la piedra, y los que no dominaban
demasiado el arte de la escultura aplicaban remiendos con cera, de tal manera
que los buenos escultores a sus obras les ponían un cartelito: "Sin
cera" de allí viene la palabra sincero, sin trucos, sin remiendos.
Hace días, un artista me preguntaba cómo debería ofrecer sus obras al
público, la respuesta es: de manera sincera. Esta respuesta que era para el artista
podría ser válida para cualquier aspecto de nuestra vida, lo ideal sería ofrecernos
sin Photoshop, sin condimentos innecesarios, sin prótesis, sin tintes, sin
maquillajes excesivos, sin cera…
Sin duda la sinceridad sobria y genuina emana de una autoestima correcta,
que a su vez surge de la coherencia y asentimiento a las riquezas y valores que uno tiene
como persona. Hay personas que tienen una autoestima alta porque tienen poder
económico, político, estético, etc. mi punto de vista es que no es una
autoestima sólida, la autoestima fuerte es aquella que surge del asentimiento a
los recursos que la vida o el destino nos ha entregado, y del esfuerzo que
hemos puesto en aprovechar esos recursos, podríamos resumir que la autoestima
correcta es aquella en la que una persona asiente a lo que es, a lo que tiene y
a lo que sabe; es consciente de sus límites y ha sido lo suficientemente audaz
y perseverante para multiplicar sus recursos y embellecer su vida.
Luego me puse a pensar que la cocina de muchas abuelas es una cocina
sincera, con una autoestima correcta. Las abuelas
cocinan con amor, con seguridad, y con alegría; te ofrecen el platillo
convencidas de que te va a gustar y disfrutan viéndote disfrutar. No hay
arrogancia en lo que ofrecen, ni exageran en los condimentos, se presentan tal
como son. Esa debería ser nuestra actitud a la hora de ofrecer nuestros
servicios, con nuestro servicio, también ofrecemos las cosas buenas que sabe
cocinar -ofrecer- nuestra familia. Ofrecemos lo que sabe hacer nuestra familia
sin cera.
La cocina, les enseña a las abuelas y nos enseña a
nosotros, que las cacerolas, las ollas, los utensilios en
general se van gastando, van teniendo abolladuras, van perdiendo brillo y sin
embargo te parecen valiosos, agradeces el hecho de que estén allí a tu
servicio, se presentan tal como son, son sinceros. Los seres humanos también
vamos perdiendo brillo con el tiempo y cuesta permanecer “sincero”, nos presionan
para que seamos especiales, cuando lo realmente importante es se auténtico… sin
cera.
Cocinar es un buen entrenamiento para la sinceridad, es una de las
actividades más fascinantes que realiza el ser humano, y es una lástima que,
con el tiempo, hemos perdido la oportunidad de tocar, oler e incluso de mirar
los alimentos tal como son. Nuestros dedos han olvidado la textura del arroz a
la hora de lavarlo, nuestros ojos se han perdido poco a poco del festival del
color de las judías, las zanahorias, los guisantes, nuestros sentidos ya solo
reconocen las latas.
Cuando cocinas iluminas el alma de la persona que come lo que has
preparado, un privilegio, nuestra vida ideal debería ser como la cocina, el que
recibe tus servicios y tus guisos, come y recibe un abrazo sincero. Es mejor ser
rechazado por lo que eres, que ser querido por lo que no eres. Es una lástima
que tengamos presente la sinceridad sólo respecto de la palabra, “decir las
verdades”, cuando quizás justamente quedarse en silencio a veces, también es un
acto sincero.
Seamos sinceros, total, es mejor ser rechazados por lo que somos a ser queridos por lo que no somos.
Seamos sinceros, total, es mejor ser rechazados por lo que somos a ser queridos por lo que no somos.
FOTO: En un metate como este, mi abuela molía el maíz y los ingredientes para el mole.
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