“¿Something to drink?”, dijo ella con una mirada serena y firme, aquellos ojos no solo eran la ventana de su alma, eran también los prismáticos de quien ha visto las suficientes cosas para aprender a confiar y desconfiar de los seres humanos al mismo tiempo.
El brillo de sus ojos era opacado tenuemente por unos párpados que tenían la ligera caída de aquellos que ya conocen el sufrimiento profundo, la actitud yuxtapuesta de ojos y párpados revelaban que ella había vivido las suficientes experiencias para tener una amplia cosmovisión; su mirada destilaba perspicacia más que suspicacia, y puede ser que incluso un atisbo de ternura, no demasiada porque su porte en general te avisaba que gestionaba bien lo frívolo y lo efímero, lo importante y lo perenne en las relaciones humanas.
Las discretas arrugas que se dibujaron al sonreír mientras preguntaba, no desteñían en nada su belleza, antes bien la hacían sincera, como aquellas esculturas francesas que no necesitaban retoque: sin cera.
El conjunto de la cara te hablaba de una casa sosegada, de un labriego que no ha sucumbido a las plagas y a las tormentas y termina la cosecha alegre de haber superado las dificultades.
La flacidez de su antebrazo, las arruguitas en su cuello, su voz grave pero firme, como queriendo horadar el aire que había entre ella y sus interlocutores, etc. todos esos rasgos físicos me hicieron pensar que pasaba de los cincuenta. “¿Something to drink?”, “just black coffee please”.
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