Dice Tranströmer que
"Un poema no es otra cosa que un sueño en la vigilia". Yo por mi
parte vivo agradecido a mis amigos, son la vigilia dentro de mi sueño, y
cuantas más cosas pasan en la vida, más grandes se van haciendo ellos, los
amigos y los sueños.
Hace poco, alguien muy
querido al otro lado del atlántico estaba seriamente enfermo, a diez mil
kilómetros de distancia tuve una alucinación, iba en el autobús por la Gran Vía
de Barcelona, y mi cabeza sabía que estaba en Barcelona, pero mis ojos veían
una calle de Zacatecas, mi voluntad de hierro era vencida por una nostalgia
prístina y ontológica, mis ojos estaban en Barcelona, pero mi mirada paseaba
por Zacatecas.
Ese mismo día llovía en
Barcelona, una chica cayó de la moto, lloraba sobre el asfalto, no se hizo gran
daño, era una como una florecilla de esas que crecen en las rendijas de los
adoquines, flores urbanas de esas muchas de las que Stephen Crane se quedó con
ganas de novelar, porque Stephen Crane murió joven, con tan solo 28 años. Y es
que como dice Tranströmer, la muerte es un lunar que crece a distinta velocidad
en todos, y quizás las palabras son un buen bálsamo para embellecer el
recorrido.
Llueve en Barcelona, y
las flores de asfalto se ponen melancólicas, y la lluvia se erige como vigilia
de la vida y al mismo tiempo metáfora de las derrotas.
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